Barbosa

A la hora de escoger el mejor arquero del campeonato, los periodistas del Mundial 50 votaron, por unanimidad, al brasileño Moacir Barbosa. Barbosa era también, sin duda, el mejor portero de su país, piernas de resorte, un hombre sereno y seguro que transmitía confianza a todo el equipo, y siguió siendo el mejor hasta que se retiró de las canchas, tiempo después, con más de cuarenta años. En tantos años de fútbol, Barbosa desbarató no se sabe cuántos goles cantados, sin nunca lesionar a un atacante.

Pero en aquella final del 50, el atacante uruguayo Ghiggia lo había sorprendido con un chut certero desde la punta derecha. Barbosa, que estaba adelantado, dio un salto atrás, rozó la bola y se cayó. Cuando se levantó, cierto de haber desviado el disparo, se encontró con la pelota en las mallas. Y ese fue el gol que derrumbó el estadio Maracanã e hizo el Uruguay campeón.

Pasaron los años y Barbosa nunca fue perdonado. En 1993, durante las eliminatorias para el Mundial de los Estados Unidos, quiso dar ánimo a los jugadores de la selección brasileña. Fue a visitarlos en la concentración, pero los dirigentes le prohibieron la entrada. En aquella época, vivía amparado en la casa de una cuñada, sin otra renta que una jubilación miserable. Barbosa comentó:

- En Brasil, la pena máxima para un crimen es de treinta años. Hace 43 años que pago por un crimen que no cometí.
Fuente: Eduardo Galeano

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