Barbosa: el crucificado

"Cuando anotaron el 2 a 1..., aquel silencio pesó..., Ghiggia avanzó, yo avisaba el centro al área donde estaban tres verdugos babeando, a la espera del balón..., Bigode perseguía Ghiggia, Juvenal intentaba cubrirle, yendo al encuentro de Ghiggia, pero en el centro del área sólo están ellos, ningún defensa nuestro, si centra no hay manera, es gol seguro, me quedo esperando el centro de Ghiggia, doy un paso adelante, porque seguramente hará la misma jugada que en el primer gol, él siente que estoy fuera aunque corriera cabizbajo como un toro miura, chuta con el empeine del pie en la pelota, yo la toco y creo haberla mandada a córner, pero fue como un chut vacilón, la pelota bota en la hierba, sube y baja, entonces hice un paso lateral y un salto a mi izquierda con todo el impulso posible... cuando sentí el estadio en silencio total me armé de coraje, miré para atrás y vi la bola de cuero marrón allí dentro...".

La narración es de Barbosa, de la selección brasileña de 1950, que perdió contra Uruguay el Mundial, en Río. No obstante, él fue elegido el mejor arquero de la competición. Es la jugada más dramática del fútbol. Esa hizo de Barbosa una víctima. Sólo por aquel gol, un hombre sufrió el resto de su vida, por un sólo gol, el racismo disfrazado de Brasil salió a la palestra -el mismo preconcepto que discriminaría el portero negro en una barbería de Porto Alegre. Todo está en el libro "Barbosa: un gol que cumple cincuenta años", de Roberto Muylaert.

Moacir Barbosa Nascimento era de Campinas, interior paulista, nacido el 27 de marzo de 1921. Allí hizo el curso primario en una escuela donde también aprendió carpintería. Pero el propio fútbol -con árbitro, uniforme y campo marcado- sólo lo conoció en la capital, jugando de extremo derecha en el Club Almirante Tamandaré, equipo del barrio paulista de Liberdade. Eso hasta que, para hacerse el gallo -como se dice entre entendidos-, Barbosa cambiaría el ataque para la portería, un buen día cuando el Tamandaré enfrentaba otro modesto equipo, en Vila Maria.

Y en la portería, con 1,76 m, se adaptó ("no tengo que correr", decía) y progresó. En 1940, lavaba los cristales del Laboratório Paulista de Biologia a la vez que cerraba el arco del equipo de la empresa. Ese año, se casó con Clotilde. Pensando en la carrera, estudió química farmacéutica. Pero el Ipiranga de São Paulo lo vio jugar y le contrató, haciendo de él el ídolo de un equipo que también tenía a Rodrigues (en el futuro, también internacional brasileño) que pasó al revés de la portería a la punta izquierda. En 1943, con un Ipiranga destacado en la competición, Moacir Barbosa ya era uno de los mejores arqueros paulistas. Fue cuando Domingos da Guia, del Corinthians, lo vio salir de su portería con calma, elegancia, elasticidad y una rapidez de gato. Así que el famoso defensa lo aconsejó a su Vasco da Gama carioca, que compraría su pase en 1944.

En su primer año en el Vasco, Barbosa sólo jugó dos partidos, disputando el puesto con seis porteros más. Sin embargo, en 1945, fue el titular y campeón carioca invicto. Aún ganaría los títulos estatales de 1947, 1949, 1950 y 1952. También, con su vuelta al Vasco, los de 1956 y 1958 -además del torneo Rio-São Paulo en ese último año. Y fue varias veces vencedor con la selección de Rio de Janeiro.

En 1945, fue convocado para la seleção y se estrenó contra Argentina, en São Paulo, donde el portero Oberdan era el rey. Desde entonces y hasta el año 1953, Barbosa estuvo en la meta de Brasil 35 veces. Y ganó para el País el Sudamericano de 1949, y las copas Roca y Rio Branco. Sin hablar de innumerables copas internacionales conquistadas por el Vasco, que en la época era llamado el "Expresso da Vitória".

Gracias a sus salidas al exterior, el gracioso y educado Moacir contaba un hecho curioso. En México, con un toque, un punta adversario le hizo una vaselina y viendo la esfera dirigirse hacia sus redes, dio una linda chilena, "en el momento que la bola había hecho el último esfuerzo para cruzar la línea, y la mandé a córner".

Pero no fue respetado por los dolores físicos. El inolvidable y víctima guardameta, que trataba a todos con cortesía y que jamás fue expulsado -ganó incluso el trofeo de fair play Belfort Duarte-, se rompió la pierna en 1953, obra de un violento e inútil jugador del Botafogo. Por eso -según el propio Barbosa-, no fue al Mundial de Suiza, donde Alemania venció a la favorita Hungría en la final. Un largo tiempo con el yeso, y São Januário empezó a olvidar a Barbosa e hizo de él un mero reserva, cuando se recuperó a final de 1954.

En 1955, el portero se fue para la ciudad de Recife. Y allí encontró, en el ocaso de sus carreras, a antiguos astros del fútbol carioca: en su Santa Cruz, Marinho, ex-Flu; en el alviverde América (hoy ya extinto), Dimas, ex-Vasco; en el Sport, el antiguo half del Vasco, Eli do Amparo y el ex-portero del Botafogo, Osvaldo Baliza. No obstante, en julio de 1956, inadaptado al Noreste brasileño, Barbosa se reintegraría al Vasco da Gama, el club de sus más duraderas e irremediables pasiones.

Una vez más fue campeón ese año del Supercampeonato Carioca de 1958. Tanto que la época del crack sólo terminó en São Januário en 1962. A los 41 años, se quitó la camiseta de la cruz de Malta para pasar por el club Bonsucesso. Y se despidió de la pelota en el modesto Campo Grande, el 8 de julio, contra el Madureira. En ese partido, estirándose para detener un disparo, Barbosa se lesionó. En la hamaca, aplaudido por 670 personas, se contorsionaba de dolor del fémur -lesión similar a la que un mes antes, había sufrido Pelé en el Mundial de Chile. Tanto que en el pequeñito estadio de suburbio, se hizo un silencio que -por otro motivo- era tan triste como el del fatídico 16 de julio de 1950, en el Maracaná. Era el silencio del pueblo reverenciando un hombre hecho y derecho, subcampeón mundial de fútbol. Para la Historia, eso fue poco. Pero para el viejo portero era todo.

En el anonimato y desempleado, en 1963, Barbosa escuchó que la administración del Maracaná iba a cambiar las porterías del estadio. Y que la donde el uruguayo Ghiggia hizo el gol de su pecado le sería donada. Aceptó y una vez en posesión del símbolo de su propio infortunio, en una barbacoa y rodeado de amigos, el ex-arquero prendió fuego a los pedazos de madera de la portería para asar la carne. Después, tuvo todavía que explicar si el tanto de Ghiggia fue una cantada o no -increíble. En 1996, a la muerte de su mujer Clotilde -y arruinado financieramente con los gastos para salvarla-, Moacir Barbosa dejó Río, la antigua capital del injusto país que le hizo villano. Se mudó para Cidade Ocian, en el litoral paulista, donde alquilaba un apartamento de una habitación y sala para terminar su vida.

El 7 de abril de 2000, en el ataúd simple, sus manos cruzadas - que en vida nunca conocieron los guantes - le descubrían once fracturas. Y entre los pocos presentes al velatorio, nadie sabía que aquel inerte cuerpo negro fuera victima de un gol fatídico. Y que fue el primer portero brasileño a tirar los saques de meta. Y tal vez el último en utilizar rodilleras.
Fuente: Antonio Falcao


Declaraciones de Barbosa y Ghiggia

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