Romário: el sabelotodo del balón

Romário es rápido. Siempre lo fue. Desde que nació en Río de Janeiro, el 29 de febrero de 1966, con 43cm y 1,853kg. Sin embargo, creció sano en la favela de Jacarezinho, donde a los tres años de edad ya le daba patadas al balón. Y se fue perfeccionando hasta que su padre creara el Estrelinha, equipo en el cual fue visto en 1979 por unos ojeadores vascaínos. En la época, su familia vivía en Vila da Penha y, anheloso, el futuro ídolo hizo tests en el club de Sao Januário. Aunque sin éxito, pues, por cuenta de su tamaño, un técnico lo rechazó, diciéndole que "sólo servía para limpiar coches". Entonces, desolado, el hijo del señor Edevair se fue a brillar en el infantil del Olaria Atlético Clube.

De repente, en 1980, a los 14 años, Romário volvió al Vasco y fue aceptado. Allá, se comió el balón y en 1985 le pusieron en el equipo juvenil, cuando se profesionalizó. En el club, antes de ser bicampeón carioca en 1987 y 1988, se estrenó en la selección principal de Brasil el 23 de mayo de 1987 y, al año siguiente, se fue a la Olímpiada de Seúl a ser subcampeón, así como ganar torneos menores con la selección. Eso le sirvió a Romário de escaparate para el mundo y, en consecuencia, para ser vendido al PSV Eindhoven holandés. Antes de ir a Europa, se casó con Mónica, con quien tendría dos hijos. En el equipo de Eindhoven, el delantero fue tricampeón nacional y ganó dos Copas de Holanda. Por la selección, ganó la Copa América de 1989, en Río. y, al año siguiente, con molestias en su pierna izquierda, Romário estuvo en el Mundial de Italia para disputar apenas la primera parte del partido contra Escocia.

Se quedaría en PSV hasta mediados de 1993, cuando se fue al Barcelona. Ese mismo año, fue el héroe brasileño en la fase de clasificación para el Mundial del 94 y fue campeón de la Liga Española. En 1994, además de repetir título con el Barça, se consagraría campeón mundial en los Estados Unidos, siendo elegido por la FIFA como mejor jugador del Mundial del 94 y del planeta.

Durante todo ese tiempo la marca de Romário fue su inigualable facilidad goleadora. Sin embargo, en 1995, antes de jugar en el Flamengo, el ídolo -a esa altura, apodado de Baixinho- deshizo su matrimonio y se enfrentó con directivos y técnicos -incluso Carlos Alberto Parreira y Zagallo, que (según Romário) sólo lo convocaron para salbar el país en 1993 y 1994 a pedido del presidente de CBF.

En Río, después de disfrutar de las noches y de las mujeres en Europa, el Baixinho siguió con su rutina nocturna. Pero ese tipo de vida y su antipatía al entrenamiento físico y a las concentraciones, jamás repercutió en él en el campo. Hasta porque, en el terreno de juego, Romário casi no corría, pudiendo irrumpir de repente, sobre todo en el área grande, su hábitat natural. Pero, próximo de completar los 30 años, afloró en él un divinismo que le hizo discriminar hasta a sus colegas de profesión del propio club y otros cracks brasileños. Después, su postura con la prensa pasó a ser imperial y, poco a poco, el Baixinho se fue alejando y siendo alejado de la selección, minado por todos los lados, aunque aplaudido por quien lo reconocía como crack.

En 1996, después de haber jugado el Campeonato Carioca con el Flamengo, Romário se transfirió al Valencia, club en el cual tuvo pasaje meteórico y roces con el entrenador. Sin ambiente en España, volvería cedido al Flamengo para ser campeón carioca de 1997. Y, después, volvió al Valencia lesionado, sin ánimos y fuera de forma. En la época, se recién casaba con Daniele, que le daría más hijos -todos de la marca Romário de Souza Faria, su nombre dinástico. Pero, de repente, aún en 1997, volvería a la Gávea. Y por el seleccionado brasileño sería campeón de la Copa América, en Bolivia, y de la Copa de las Confederaciones, en Arabia Saudí.

La presencia de Romário en la selección que fue al Mundial de 1998 elevó la expectativa general. Se esperaba que con Ronaldo formara una pareja del área imbatible. Y eso tenía sentido. Pero la inflamada pantorrilla derecha del hijo del señor Edevair hizo con que fuera cortado antes del inicio de la competición en Francia.

En la distancia, frustado, Romário vio el Mundial y, al servicio de la televisión brasileña, hizo comentarios isentos sobre la selección. En el partido contra Marruecos, con el poder de síntesis de los mejores periodistas, resumió la entrada de Edmundo en el lugar de Bebeto así: "Entró quién no debía, salió quién debía". El pueblo entendió su simplicidad. Y concordó. Terminada la emoción del Mundial, en ese mismo 1998, cuando lo imaginaban abandonado por el balón, el Baixinho en cinco partidos con el Flamengo fue el máximo goleador del Campeonato Carioca (15 goles). Al año siguiente, repitió en la tabla de goleadores (16 tantos), hizo el Flamengo campeón carioca, fue máximo goleador de la Copa Mercosul (8) y Bota de Oro de la revista Placar. Pero, de repente, en 2000 volvió al Vasco, donde no sólo repitió el premio al máximo goleador del Campeonato Carioca (19) y de la Copa Mercosul (11) y Bota de Oro de la revista Placar, como también fue el pichichi del Torneo Rio-Sao Paulo (12), campeón brasileño, elegido el mejor jugador de las Américas, y se convirtió en el máximo goleador de la historia del Vasco da Gama, superando a Roberto Dinamite. Al año siguiente, ganó la Taça Río, fue el máximo goleador del Campeonato Brasileño (21) y repitió el título de mejor de las Américas. Por tales hechos y por lo que dio al fútbol-arte, el Vasco da Gama decidió retirar la camiseta número 11, con la cual el artista ha actuado en el Sao Januário.

Entre el Mundial del 98 y el de 2002, Romário fue convocado con la selección incomprensiblemente tan sólo cuatro veces. Luis Felipe Scolari lo quiso en la Copa América de 2001, pero el delantero, alegando una cirurgía (que no hubo), lo descartó, lo que irritaría al técnico. Se dice que tal incidente habría sido el principal motivo de la no ida de Romário al Mundial de Corea y Japón en 2002.

Aún así, Romário de Souza Faria ya dio pruebas inapelables que ha sido uno de los nombres más geniales del fútbol. Pero, infelizmente, en el afán de ser convocado a los 26 años para el Mundial, el ídolo con su tamaña envergadura hizo tontería al rogar en la prensa -en pedido patético y mal planeado por asesores- que el técnico Scolari lo llamara. Su trayectoria profesional, por sí misma, lo desautorizaría a tomar esa actitud de pedir por la prensa una convocatoria. Entonces, aún con Brasil ganando el Mundial de Asia, el delantero fue el derrotado número uno. Y, sabiendo de eso, se transfirió en 2002 al Fluminense, tal vez queriendo decir que su imagen sobreviviría a todo -hasta al fútbol mediocre de Catar, que lo contrataría por tres meses por 1,5 millones de doláres, en 2003. Pero, al año siguiente, Romário volvió al Flu para jugar de vez en cuando e irse del club peleado con el entrenador interino. En 2005, de repente, cuando se esperaba que lo dejara, el delantero vuelve al Vasco para ser llamado irónicamente de "ex-jugador en actividad".

Igualemente cómo, dónde y cuándo colgar las botas, el Baixinho entrará en la Historia del Fútbol. Tanto que el brillante Tostao, respondiendo si Romário tendría sitio en aquellla selección del Mundial del 70, dijo con humildad y talento: "si eso fuera posible, yo le daría mi camiseta". Y es de suponerse que cualquier otro crack hiciera lo mismo al tratarse de Romário.
Fuente: Antonio Falcao


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