Bélgica 4 x 3 URSS [Mundial 86]

Sólo en tres ocasiones en la historia de los Mundiales un jugador ha marcado tres o más goles en un partido que no han contribuido a una victoria de su equipo. Después del polaco Ernest Wilimowski en 1938 y el suizo Josef Huegi en 1954, el soviético Igor Belanov completó el trío de goleadores perdedores el día en el que su equipo quedó eliminado ante Bélgica del Mundial de México en 1986.

A Belanov y sus compañeros no les faltó razón para maldecir su suerte. El equipo había causado furor en la fase de grupos con su veloz y entretenido fútbol de ataque. Su ideólogo, el seleccionador Valeriy Lobanovskyi, que se había hecho con el timón de la selección pocas semanas antes de la fase final, había tirado por la borda los planes de su predecesor, Eduard Malofeev, y había convocado a los jugadores de su propio club, el Dinamo de Kiev, para que lideraran la carga de la Unión Soviética. La fe en sus hombres estaba bien justificada, pues el Dinamo acababa de proclamarse un mes antes campeón de la Recopa de la UEFA.

En el equipo figuraban jugadores de calidad excepcional, como Belanov, elegido Jugador Europeo del año 1986; el dotado mediocampista Alexandr Zavarov, que había superado a Belanov en la elección del Jugador Soviético de ese mismo año; y el veterano delantero Oleg Blokhin, futuro seleccionador de Ucrania en el Mundial. Todos ellos dejaron patente su calidad y habitual soltura desde el primer partido, en el que se impusieron con un pasmoso 6-0 a Hungría. A continuación, empataron a 1-1 con el campeón de Europa, Francia, de camino a ocupar el primer puesto de su grupo y, en consecuencia, concertar una cita con Bélgica.

En claro contraste con los soviéticos, el combinado de los Diablos Rojos de Guy Thys se había metido en la segunda ronda como uno de los mejores terceros y se había anotado una única y poco convincente victoria: un 2-1 contra Irak. Aparte del prometedor Enzo Scifo, su prodigioso mediocampista de 20 años de edad, no tenían mucho más que pudiera quitar el sueño a los soviéticos, especialmente tras la pérdida de Erwin Vandenbergh y Rene Vandereycken por lesión. No es de extrañar que la mayoría de los entendidos pronosticaran que Jean-Marie Pfaff, el guardameta belga que militaba en el Bayern de Múnich, tendría un tarde movidita en León.

Siete de los integrantes del Dinamo campeón de la Recopa de Europa formaban parte de la alineación que presentó la URSS. Su compenetración se hizo evidente desde los primeros compases del encuentro, en los que empezaron por marear a Bélgica con un recital de pases cortos y rápidos, especialmente Belanov y Zavarov, que se entendieron a la perfección y no tardaron en crear el primer gol. Zavarov envió un pase al hueco para Belanov, que recibió el balón en la frontal, recortó hacia el interior y, tras una corta carrera en diagonal, se revolvió y descerrajó un trallazo que entró por el segundo palo. Mientras el balón rebotaba en el interior del poste, hinchaba las mallas y salía de nuevo de la portería, el ariete corría hacia el centro del campo celebrando uno de los grandes goles de aquella fase final. A los 27 minutos de juego, los soviéticos se adelantaban en el marcador.

Hasta ese momento, Bélgica había disfrutado de un único resquicio con un lanzamiento de falta de Scifo, que apenas dio trabajo a Rinat Dassaiev, el guardameta soviético. Nada mejor que eso había surgido del contraataque de los Diablos Rojos. Por el contrario, a falta de pocos minutos para el descanso, Pfaff se vio obligado a salir del área para evitar que Belanov transformara una ocasión clara y empeorara enormemente la situación a los belgas. La diosa fortuna les echó una mano a principios de la segunda parte. Belanov lanzó de cabeza al poste un centro que había recibido de Pavel Yakovenko, y Daniel Veyt logró despejar prácticamente sobre la línea de meta el consiguiente remate de Zavarov del balón rebotado.

En el minuto 56, Bélgica pilló desprevenida a la defensa soviética y, contra la lógica del juego, se anotó el gol del empate. Un centro de Frank Vercauteren llegó hasta Scifo, desmarcado junto al segundo poste, que tuvo tiempo para bajar el balón al suelo antes fusilar la meta de Dassaiev. Bélgica volvía a meterse en el partido, pero los hombres de Lobanovskyi se apresuraron a recuperar el paso. En el minuto 70, Jan Ceulemans perdió la posesión en el centro del campo, y los soviéticos se lanzaron al ataque a gran velocidad. Zavarov cedió una balón muy raso para Belanov y el dorsal 19, en un alarde de habilidad, se las arregló para meterlo entre Pfaff, que se había tirado para cortarle el paso, y el segundo palo.

Siete minutos más tarde, Ceulemans reparó su orgullo dañado con el gol del empate. Puede que la marcha del influyente Zavarov, al que sustituyó Sergei Rodionov, animara a los belgas, pero lo cierto es que el tanto de su capitán fue el factor decisivo que dio la vuelta al partido. Un balón largo salido de la zaga llegó hasta Ceulemans. Con gran espacio para maniobrar, y a pesar de las quejas de los soviéticos que pedían fuera de juego, Ceulemans lo controló con el pecho de espaldas a la portería, se revolvió y colocó su disparo raso por el segundo palo.

El partido se veía abocado a la prórroga, pero aún hubo tiempo suficiente para que Bélgica bendijera su suerte, cuando un lanzamiento de Ivan Yaremchuk rebotó en el larguero, y la maldijera inmediatamente después, cuando Dassaiev rechazó con ambos puños un agónico lanzamiento de Scifo. Los soviéticos, que se habían puesto por delante en dos ocasiones a lo largo de aquella tarde calurosa y tempestuosa, debían intentarlo de nuevo. No lo consiguieron, pero, en el minuto 12 de la prórroga, los belgas lograron su primera ventaja en el partido. Eric Gerets recibió el balón de un saque de esquina en corto y lo colgó hacia el segundo poste, donde Stephane De Mol, libre de marcaje, se abalanzó para enviarlo al fondo de las mallas de un potente cabezazo.

Bélgica acariciaba ya la victoria y, en el minuto 110, Nico Claesen se encargó de que no se le escapara de las manos. El suplente Leo Clijsters cabeceó un balón por encima de Claesen, quien se giró atento a la trayectoria del esférico y disparó la bonita volea con la que batió a Dassaiev. Pero ahí no acabó todo. Sesenta segundos más tarde, Belanov provocó y transformó el penal que completó su tripleta. Con los nervios a flor de piel, los belgas vieron en los últimos segundos cómo Pfaff, con la punta de los dedos, conseguía despejar por encima del larguero una audaz vaselina de Evtushenko.

La selección belga celebró a lo grande el primer pase a cuartos de final de su historia. El combinado de Thys volvió a dar la campanada contra España y llegó al final de su aventura en semifinales, donde cayó ante la Argentina de Diego Maradona. Para sus derrotados rivales, sin embargo, el camino terminó en León. Dos años después, la selección de la Unión Soviética se colgó la medalla de plata de la Eurocopa de 1988 pero, a principios de la década siguiente, el país se encontraba ya en pleno proceso de desintegración. En Italia 90, el mundo contempló por última vez aquellas camisetas rojas con la inscripción CCCP, que nunca brillaron con tanto fulgor como lo hicieron bajo el sol de México, donde la tripleta de Belanov se convirtió en uno de los regalos de despedida más memorables de los Mundiales de fútbol.
Fuente: FIFA


1º tiempo


2º tiempo


Tiempo extra

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