
Beckenbauer tenía veinte años y ese fue su primer gol en un campeonato mundial. Después, estuvó en cuatro más, como jugador o como director técnico, y nunca bajó del tercer puesto. Dos veces alzó la Copa del mundo: en el 74, jugando y en el 90, dirigiendo. Contra la dominante tendencia al fútbol de pura fuerza, estilo divisiones Panzer, él demostraba que la elegancia puede ser más poderosa que un tanque y la delicadeza, más penetrante que un obús.
Había nacido en el barrio obrero de Munich este emperador del mediocampo, llamado el KAISER, que con hidalguía mandaba en la defensa y en el ataque: atrás, no se le escapaba ninguna pelota, ni mosca, ni mosquito, que quisiera pasar; y cuando se echaba adelante, era un fuego que atravesaba la cancha.
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