El fútbol moderno parece haber encontrado la panacea en las giras asiáticas o americanas. Parece una novedad, como el descubrimiento de América. Pero en los años 30 y 40, eran los sudamericanos que exhibían su bonito fútbol en Europa, River, Boca, Vasco de Gama, Peñarol, Flamengo, etc... Luego el Santos de Pelé, Gilmar, Coutinho, Pepé, Dorval o Mengalvio giró alrededor del mundo, de África a Asia, pasando por las Américas y Europa, durante quince años. El Stade de Reims visitaba a menudo las Antípodas, las Antillas o África. El Real Madrid de Di Stéfano y el Barcelona de Kubala, también enseñaban su bonito fútbol en Sudamérica, en África o demás lugares exóticos.
Allí estos grandes clubes cobraban por el espectáculo de su fútbol clásico y el arte de sus jugadores estrellas.
Hoy, los gerentes de las arcas de los clubes del fútbol moderno, Manchester, Milán, Madrid, Barcelona, Liverpool, etc., han vuelto a la moda de la gira asiática o americana. Pero hay una gran diferencia.
Ganan mucho dinero en estos viajes ultramar -obviamente eligen países aún ricos- pero a cambio de nada, o casi nada, a cambio de caras, autógrafos y camisetas de escasos buenos jugadores y de escasísimas estrellas y, sobre todo, no enseñan nada del bonito fútbol que uno espera ver cuando recibe a los presuntos cracks o a los presuntos mejores equipos del mundo. No ofrecen casi nada de espectáculo a cambio de muchísimo dinero.
A este ritmo, estas giras, agotadoras y engañadoras, acabarán pronto con la paciencia de públicos y patrocinadores exóticos, que aún creen en el espectáculo del juego de fútbol y de sus artistas, como los niños que ven y creen en la genialidad de los Harlem Globetrotters. Ellos no engañan. Dan mucho espectáculo a cambio de poco.
Allí estos grandes clubes cobraban por el espectáculo de su fútbol clásico y el arte de sus jugadores estrellas.
Hoy, los gerentes de las arcas de los clubes del fútbol moderno, Manchester, Milán, Madrid, Barcelona, Liverpool, etc., han vuelto a la moda de la gira asiática o americana. Pero hay una gran diferencia.
Ganan mucho dinero en estos viajes ultramar -obviamente eligen países aún ricos- pero a cambio de nada, o casi nada, a cambio de caras, autógrafos y camisetas de escasos buenos jugadores y de escasísimas estrellas y, sobre todo, no enseñan nada del bonito fútbol que uno espera ver cuando recibe a los presuntos cracks o a los presuntos mejores equipos del mundo. No ofrecen casi nada de espectáculo a cambio de muchísimo dinero.
A este ritmo, estas giras, agotadoras y engañadoras, acabarán pronto con la paciencia de públicos y patrocinadores exóticos, que aún creen en el espectáculo del juego de fútbol y de sus artistas, como los niños que ven y creen en la genialidad de los Harlem Globetrotters. Ellos no engañan. Dan mucho espectáculo a cambio de poco.
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