Fue en 1969. Peñarol jugaba contra Estudiantes de La Plata.
Rocha estaba en el centro de la cancha, de espaldas al área rival y con dos jugadores encima, cuando recibió la pelota de Matosas. Entonces la durmió en el pie derecho, con la pelota en el pie se dio vuelta, la enganchó por detrás del otro pie y escapó de la marca de Echecopar y Taverna. Pegó tres zancadas, se la dejó a Spencer y siguió corriendo. Recibió la devolución por alto, en la media luna del área. Paró la pelota con el pecho, se desprendió de Madero y de Spadaro y disparó de volea. El arquero, Flores, ni la vio.
Pedro Rocha se deslizaba como serpiente en el pasto. Jugaba con placer, regalaba placer: el placer del juego, el placer del gol. Hacía lo que quería con la pelota. Y ella le creía todo.
Rocha estaba en el centro de la cancha, de espaldas al área rival y con dos jugadores encima, cuando recibió la pelota de Matosas. Entonces la durmió en el pie derecho, con la pelota en el pie se dio vuelta, la enganchó por detrás del otro pie y escapó de la marca de Echecopar y Taverna. Pegó tres zancadas, se la dejó a Spencer y siguió corriendo. Recibió la devolución por alto, en la media luna del área. Paró la pelota con el pecho, se desprendió de Madero y de Spadaro y disparó de volea. El arquero, Flores, ni la vio.
Pedro Rocha se deslizaba como serpiente en el pasto. Jugaba con placer, regalaba placer: el placer del juego, el placer del gol. Hacía lo que quería con la pelota. Y ella le creía todo.
Fuente: Eduardo Galeano
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