En este histórico campo del fútbol clásico, en el corazón de la ciudad de Barcelona, ofrecieron sus últimos artes del fútbol de ataque, Ladislao Kubala y Alfredo Di Stéfano. Los dos astros del Barcelona y del Real Madrid de los 50 ofrecieron sus últimos pases y goles a la afición del Real Club Deportivo Espanyol en el Estadio de la carretera de Sarrià, más conocido como Sarrià, en la década de los 60. Antes y después, otros nombres ilustres del planeta fútbol firmaron el libro de oro de este club centenario en 2000, en el césped del Sarrià: el Divino Zamora, Marcel Domingo y N´Kono, en la portería, Lauridsen, Solsona o Carlos Caszely en ataque.
En los 50 y 60, si se quería ver fútbol vistoso, se tenía que ir al campo de Sarriá para disfrutar. Muchos socios del Barça tenían también un carnet del Espanyol de Barcelona, que entonces era un grande de España, que era aspirante al preciado título de la mejor Liga española. En el Sarrià, ni el Real Madrid de Di Stéfano, Kopa, Gento y otros Puskas, ni el Barça de Kubala, Suárez, Kocsis y demás Czibor, cantaban victoria antes del final de partido o de la Liga. El quinteto ofensivo del Espanyol era compuesto de habilidosos, pequeños y alegres atacantes, Ré, Marcial, Rodilla, José María y Amas... Al Sarrià de esas dos décadas, los grandes le tenían gran respeto futbolístico.
En el Sarrià se disfrutó de uno de los cinco grandes partidos históricos de los mundiales, el Brasil-Italia de 1982, entre una de las más bellas selecciones de Brasil, sino la mejor, la de Sócrates, Zico, Junior, Cerezo, Dirceu, etc... y la realista Italia de Gentile y Rossi que convirtió sus únicas tres ocasiones en gol, mientras los artistas canarinhos desperdiciaban jugadas muy bellas y estéticas. El resultadismo ganó.
10 años más tarde, en la Olimpíada de Barcelona de 1992, en el Sarrià, los africanos de Ghana deleitaron por su fútbol novedoso, todavía sorprendente, lleno de jugadas inéditas en Europa. Y se llevaron la medalla de bronce, la primera de una serie que auguraba los sucesivos éxitos de Oro de Nigeria y Camerún en las Olimpíadas de 96 y 2000, y la llegada al máximo nivel mundial del fútbol africano, hasta que jueguen como los europeos.
El club Espanyol de Barcelona, tras una gran campaña, que terminó en desencanto en la final de la UEFA 1988, ahogado por las deudas del fútbol business de los 90 y de la tele, tuvo que arrancarse el corazón, la pasión y la emoción del buen fútbol de las bellas tardes de los domingos barceloneses, en el mismo corazón de la bella Barcelona, donde los periquitos cantaban los goles a pares. Vendió Sarrià para promociones inmobiliarias, en 1997. Con el derribo dramático del Estadio de Sarrià, tras 74 años de bella vida, se enterraba la idea de un escenario del fútbol espectáculo, y nacía la del estadio sin espectáculo, para la especulación, la del resultado y la de las inmobiliarias.
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