Los grandes equipos que han escrito la historia del fútbol tienen un nombre asociado, sinónimo de buen fútbol, espectáculo y resultados: el Ajax y la Holanda de Cruyff, el Madrid de Di Stefano, el Santos y el Brasil de Pelé, el Bayern y la Alemania de Beckenbauer, la Argentina de Maradona, el Liverpool de Keegan, el Honved y la Hungria de Puskas e Hidegkuti, el Milan de Gullit y Van Basten, el Manchester de Charlton y Best, el Marsella de Skoblar y Magnusson, etc ... Injustamente, tratándose de un juego colectivo, sólo un nombre o dos por equipo han pasado a la historia, cuando media docena lo merecen.
Sin embargo, hay un caso muy peculiar: la reunión en un mismo equipo, de cinco estrellas, cinco cabezas, cinco creadores, todos media-puntas de sus respectivos clubes. Pelé, el numero 10, la cabeza del Santos, Rivelino, el nº 10, la cabeza del Corinthians, Tostão, el 10, la cabeza del Cruzeiro, Gerson, 10 y cabeza del São Paulo y, por fin, Jairzinho, el creador, el nº 10 y la cabeza del Botafogo.
Tanto Saldanha y luego Zagalo, los seleccionadores sucesivos de Brasil 1970, tuvieron y mantuvieron, contra vientos y mareas, la idea de juntar por primera vez en la historia a cinco nº 10 en el once titular. Muchos recelosos del fútbol arte, del espectáculo, amigos del fútbol realista de resultados, son aterrorizados cuando hay un artista, un genio, un nº 10, una cabeza, en su equipo. Entonces cuando hay 5 camisetas nº 10, cinco cabezas juntas en campo, imagínense como se multiplican las críticas a esta bella idea de juntar los mejores, los más creativos y espectaculares, aunque ocupen el mismo puesto y papel en sus clubes.
Así que Rivelino hizo de extremo izquierda, Jairzinho de extremo derecha, Gerson de media-punta, Pelé de otra media punta y Tostão de delantero centro. Las cinco cabezas se completaron y comunicaron tan bien, desde sus experiencias de fútbol creativo e inteligente en sus respectivos clubes, que el Brasil 1970 dominó este mundial de México, de piernas y ... cabezas. Brasil ganó la Copa del Mundo 1970, porque tenía cinco cabezas, y no una sola, o ninguna, como la Italia finalista - que tenía dos cabezas, Mazzola y Rivera - pero nunca se juntaron en campo ...
Dos cabezas juntas en el campo, para Italia, era un sacrilegio, una ofensa a la cultura del realismo, al "catenaccio", al resultadismo. Las cinco cabezas de Brasil se encargaron de castigar a la única cabeza de Italia, Mazzola ... mientras pensaba Rivera en el banquillo: 4-1. Una de las ejemplares victorias del juego inteligente, de la inteligencia del juego. Prueba que existe esta manera de jugar, con cabezas... muchas cabezas.
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