
No hubo zaguero más sólido en toda la historia del fútbol. Domingos fue campeón en cuatro ciudades, Río de Janeiro, Sao Paulo, Montevideo, Buenos Aires, y fue por las cuatro adorado: cuando él jugaba, se llenaban los estadios.
Antes, los zagueros se pegaban a los delanteros como sellos y se desprendían de la pelota como si les quemara los pies, pateándola cuanto antés al alto cielo. Domingos, en cambio, dejaba pasar al rival, vana embestida, mientras le robaba la pelota, y después se tomaba todo el tiempo del mundo para sacar la pelota de la zona de peligro. Hombre de estilo imperturbable, todo lo hacía silbando y mirando para otro lado. Él despreciaba la velocidad. Jugaba en cámara lenta, maestro del suspenso, gozador de la lentitud: se llamó "DOMINGADA" el arte de salir del área a toda calma, como él hacía, desprendiéndose de la pelota sin correr y sin querer, porque le daba pena quedarse sin ella.
Fuente: Eduardo Galeano
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