Con la pelota en el pie, crecía y dominaba la cancha. Jugador de mucha movilidad y florido regate, Raymond Kopa se escabullía hacia la meta dibujando arabescos sobre el césped. Los técnicos se tiraban de los pelos, por lo mucho que se entretenía con la pelota, y los franceses expertos en fútbol solían acusarlo del delito de tener un estilo sudamericano. Pero en el Mundial del 58, Kopa fue incluido por los periodistas en el once ideal, y ese año ganó el Balón de Oro que se otorga al mejor jugador de Europa.
El fútbol lo había arrancado de la miseria. Había empezado jugando en equipo de mineros. Hijo de emigrantes polacos, Kopa trabajó toda su infancia, junto a su padre, en los socavones de carbón de Noeux, donde se hundía cada noche para emerger en la tarde.
Fuente: Eduardo Galeano
Lo mejor de Raymond Kopa
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