José Carlos Bauer está marcado por Suiza. Primero, por ser hijo de un suizo que cruzó el camino afectivo de Flora Blandina, una negra brasileña, hija de africano, que le dio a la luz el 21 de noviembre de 1925, en São Paulo, capital. Después, por haberse revelado, en el combinado brasileño contra la selección suiza, en el Mundial del 50. Y, por fin, en 1954 Bauer fue el capitán del seleccionado de Brasil en el Mundial de Suiza. Pero, vamos por etapas.
El niño criado en el barrio paulista de Bela Vista (o Bexiga) llegará al São Paulo Futebol Clube y, de pronto, se juntó a los infantiles, eso en 1938. Tres años adelante, Bauer fue campeón juvenil y suspendió sus estudios de secundaria. A partir de 1944, ya lo veríamos en el primer equipo donde brillaba el diamante Leônidas da Silva. Ya casi siempre titular del equipo são-paulino, Bauer se consagró bicampeón 45/46. Hasta se habló de él para el sudamericano de selecciones, pero no acertaron la oportunidad. Y llegó el segundo bicampeonato paulista en 48/49. En esta época, con Rui y Noronha, Bauer componía "los tres mosqueteros", una de las líneas de mediocampistas históricas de Brasil. Tanto que, ese trío se hizo con el campeonato sudamericano de naciones de 1949, competición en la cual Bauer se estrenó el 10 de abril, arrasando a Bolivia en el Pacaembu por 10 a 1. En mayo del año siguiente, también con la selección nacional, el volante ganó la Copa Oswaldo Cruz.
En junio de 1950, Bauer estaba enamorado de Elza, cuando, durante el intervalo de un beso, escuchó por la radio, su convocación por Flávio Costa para el Mundial. Y cayó de felicidad, aunque sabía que iba a alejarse de la amada en la ciudad minera de Araxá, donde el equipo nacional se concentraría. Otrora, el técnico imponía como política lo siguiente: cuando el partido se realizaba en Rio, alineaba una mayoría carioca; cuando era en São Paulo, predominaban los paulistas. Por eso, Bauer substituyó Eli do Amparo en el segundo partido, en el empate con los suizos, en São Paulo. Sin embargo, en los demás partidos de Brasil de ese Mundial -todos en el Maracanã- él fue el único paulista confirmado siempre en el equipo (Barbosa no contaba, pues era del Vasco y visto como carioca). Hubo más: con Zizinho, Bauer fue considerado por la crítica como el mejor brasileño en el torneo mundial de naciones. Y por sus soberbias actuaciones con la camiseta del equipo nacional, fue calificado, por los comentaristas de radio, Geraldo José de Almeida y Oduvaldo Cozzi, como "el Gigante del Maracanã". Tras perder en la final contra Uruguay, de noche y en el anonimato, el são-paulino volvió a São Paulo tendido en el suelo de un vagón de tren. Al día siguiente, su único consuelo fue de caer en los brazos amorosos de Elza, que solitaria y solidaria le esperaba en la estación. Meses después, su hecho mayor fue casarse con ella en la iglesia de la Consolação, en la capital paulista. Y hoy, cuando los hijos ya están criados, con Elza pasa sus viejos días en la Paulicéia, donde ella es artista plástica de buen gusto y creatividad.
Curando el aciago revés de aquel Mundial de 1950, José Carlos Bauer y la selección sólo volvieron a jugar en el Pan-Americano de 1952, en Chile, donde el crack jugó 3 partidos y fue campeón. Al año siguiente, volvió el equipo llevándose el sudamericano jugado en Perú. El mismo año, con el São Paulo, el volante ganó el certamen estadual paulista. Y en el Mundial de 1954, en Suiza, sería el capitán de esa selección desastrosamente dirigida. En dicho Mundial, además fue el único superviviente del equipo titular del Mundial a ser alineado. Después, conquistó la Taça Bernardo O´Higgins, ocasión en que se despidió de la selección el día 29 de septiembre de 1955, año en que ganó con el São Paulo la Copa del Mundo de clubes, en Caracas y el torneo mexicano Jarrito, sus dos últimos títulos en el tricolor. En la selección brasileña, el Gigante del Maracanã había jugado 29 partidos, venciendo 21 y empatando otros cuatro.
En julio de 1956, tras 419 partidos y 16 goles são-paulinos, Bauer se transfirió al Botafogo, donde en tres meses echó las bases -con Nílton Santos, Mané y Didi- de la victoria en el certamen carioca de 57. Tras un pasaje meteórico en el paulista São Bento, de Sorocaba, terminaría su carrera en la Portuguesa de Desportos, de enero a agosto de 58, colgando las botas a los 33 años. En su larga carrera, se había hecho amigo, como hermano, del elegante defensa central Mauro Ramos, a quien llamó para bautizar su hija mayor, Sylvia Eliana, una mujer que considera a Bauer como su mayor ídolo, aunque, con suavidad, reconoce que -como padre- fue duro e inflexible.
Apenas terminada su vida de jugador, el icono são-paulino fue técnico, eso de 1959 a 75, dirigiendo los Juventus y Ferroviária paulistanos, el Atlas de México, el Leixões portugués, Prudentina, Milionários de Bogotá, Botafogo de Ribeirão Preto, Francana, Colorado, Pinheiros y el Comercial de Mato-Grosso. Alguna vez, esa vida de entrenador lo mandaba lejos de su casa, casos de Portugal o Colombia, países donde no llevó la familia. Pero fue también en esta época que firmó un hecho histórico: cuando dirigía al Ferroviária, hizo un viaje a Mozambique -entonces colonia portuguesa- y allí descubrió al excepcional atacante Eusébio. Como el Ferroviária no podía adquirir a Eusebio, Bauer indicó la revelación africana al húngaro Bela Gutman, su amigo, que en 1960 entrenaba el Benfica lisboeta, club en el cual Eusébio se confirmó como el mayor nombre de la historia del fútbol lusitano. Diez y seis años después, el Gigante del Maracanã desistió de la profesión de técnico, volviendo a la tranquilidad de Elza y familia, una tribu, ya con nietos, en São Paulo.
Bauer aún enseñó a niños de 5 a 14 años a tocar la pelota, en el paulista Clube Atlético Indiano. Posteriormente, crearía su propia escuela de fútbol y también reforzó las divisiones de base são-paulinas, categoría en la cual nació al fútbol. Siempre en eso, en 1988 y 90, el ex-medio dio clases y pronunció conferencias en Toyama, Japón. Por fin, con la salud frágil de Elza, José Carlos Bauer largó todo para dedicarse enteramente a la mujer. Es cuando, en 2004, supo que su nieto, también llamado, jugaba la Copa de São Paulo de Juniors con la Portuguesa de Desportos.
Para terminar, una anécdota: Se cuenta que, una vez, en una aula de las dependencias del centro de entrenamiento del equipo juvenil de São Paulo, para ilustrar la idea del crack, un instructor decía a los jugadores en formación: "Otrora, aquí, en el club, con 1,80 m de altura, fuerte y elegante, tanto en la zaga como en el apoyo, jugaba bonito, con un perfecto dominio de la pelota en las matadas en el pecho y en los pases del exterior del pie. Ese genio tenía una noción estratégica del fútbol y del la lealtad, era de los mayores estilistas de Brasil y...". Fue cuando, anticipándose, un indiscreto desveló el misterio: - Ya sé, profesor, fue Bauer.
El niño criado en el barrio paulista de Bela Vista (o Bexiga) llegará al São Paulo Futebol Clube y, de pronto, se juntó a los infantiles, eso en 1938. Tres años adelante, Bauer fue campeón juvenil y suspendió sus estudios de secundaria. A partir de 1944, ya lo veríamos en el primer equipo donde brillaba el diamante Leônidas da Silva. Ya casi siempre titular del equipo são-paulino, Bauer se consagró bicampeón 45/46. Hasta se habló de él para el sudamericano de selecciones, pero no acertaron la oportunidad. Y llegó el segundo bicampeonato paulista en 48/49. En esta época, con Rui y Noronha, Bauer componía "los tres mosqueteros", una de las líneas de mediocampistas históricas de Brasil. Tanto que, ese trío se hizo con el campeonato sudamericano de naciones de 1949, competición en la cual Bauer se estrenó el 10 de abril, arrasando a Bolivia en el Pacaembu por 10 a 1. En mayo del año siguiente, también con la selección nacional, el volante ganó la Copa Oswaldo Cruz.
En junio de 1950, Bauer estaba enamorado de Elza, cuando, durante el intervalo de un beso, escuchó por la radio, su convocación por Flávio Costa para el Mundial. Y cayó de felicidad, aunque sabía que iba a alejarse de la amada en la ciudad minera de Araxá, donde el equipo nacional se concentraría. Otrora, el técnico imponía como política lo siguiente: cuando el partido se realizaba en Rio, alineaba una mayoría carioca; cuando era en São Paulo, predominaban los paulistas. Por eso, Bauer substituyó Eli do Amparo en el segundo partido, en el empate con los suizos, en São Paulo. Sin embargo, en los demás partidos de Brasil de ese Mundial -todos en el Maracanã- él fue el único paulista confirmado siempre en el equipo (Barbosa no contaba, pues era del Vasco y visto como carioca). Hubo más: con Zizinho, Bauer fue considerado por la crítica como el mejor brasileño en el torneo mundial de naciones. Y por sus soberbias actuaciones con la camiseta del equipo nacional, fue calificado, por los comentaristas de radio, Geraldo José de Almeida y Oduvaldo Cozzi, como "el Gigante del Maracanã". Tras perder en la final contra Uruguay, de noche y en el anonimato, el são-paulino volvió a São Paulo tendido en el suelo de un vagón de tren. Al día siguiente, su único consuelo fue de caer en los brazos amorosos de Elza, que solitaria y solidaria le esperaba en la estación. Meses después, su hecho mayor fue casarse con ella en la iglesia de la Consolação, en la capital paulista. Y hoy, cuando los hijos ya están criados, con Elza pasa sus viejos días en la Paulicéia, donde ella es artista plástica de buen gusto y creatividad.
Curando el aciago revés de aquel Mundial de 1950, José Carlos Bauer y la selección sólo volvieron a jugar en el Pan-Americano de 1952, en Chile, donde el crack jugó 3 partidos y fue campeón. Al año siguiente, volvió el equipo llevándose el sudamericano jugado en Perú. El mismo año, con el São Paulo, el volante ganó el certamen estadual paulista. Y en el Mundial de 1954, en Suiza, sería el capitán de esa selección desastrosamente dirigida. En dicho Mundial, además fue el único superviviente del equipo titular del Mundial a ser alineado. Después, conquistó la Taça Bernardo O´Higgins, ocasión en que se despidió de la selección el día 29 de septiembre de 1955, año en que ganó con el São Paulo la Copa del Mundo de clubes, en Caracas y el torneo mexicano Jarrito, sus dos últimos títulos en el tricolor. En la selección brasileña, el Gigante del Maracanã había jugado 29 partidos, venciendo 21 y empatando otros cuatro.
En julio de 1956, tras 419 partidos y 16 goles são-paulinos, Bauer se transfirió al Botafogo, donde en tres meses echó las bases -con Nílton Santos, Mané y Didi- de la victoria en el certamen carioca de 57. Tras un pasaje meteórico en el paulista São Bento, de Sorocaba, terminaría su carrera en la Portuguesa de Desportos, de enero a agosto de 58, colgando las botas a los 33 años. En su larga carrera, se había hecho amigo, como hermano, del elegante defensa central Mauro Ramos, a quien llamó para bautizar su hija mayor, Sylvia Eliana, una mujer que considera a Bauer como su mayor ídolo, aunque, con suavidad, reconoce que -como padre- fue duro e inflexible.
Apenas terminada su vida de jugador, el icono são-paulino fue técnico, eso de 1959 a 75, dirigiendo los Juventus y Ferroviária paulistanos, el Atlas de México, el Leixões portugués, Prudentina, Milionários de Bogotá, Botafogo de Ribeirão Preto, Francana, Colorado, Pinheiros y el Comercial de Mato-Grosso. Alguna vez, esa vida de entrenador lo mandaba lejos de su casa, casos de Portugal o Colombia, países donde no llevó la familia. Pero fue también en esta época que firmó un hecho histórico: cuando dirigía al Ferroviária, hizo un viaje a Mozambique -entonces colonia portuguesa- y allí descubrió al excepcional atacante Eusébio. Como el Ferroviária no podía adquirir a Eusebio, Bauer indicó la revelación africana al húngaro Bela Gutman, su amigo, que en 1960 entrenaba el Benfica lisboeta, club en el cual Eusébio se confirmó como el mayor nombre de la historia del fútbol lusitano. Diez y seis años después, el Gigante del Maracanã desistió de la profesión de técnico, volviendo a la tranquilidad de Elza y familia, una tribu, ya con nietos, en São Paulo.
Bauer aún enseñó a niños de 5 a 14 años a tocar la pelota, en el paulista Clube Atlético Indiano. Posteriormente, crearía su propia escuela de fútbol y también reforzó las divisiones de base são-paulinas, categoría en la cual nació al fútbol. Siempre en eso, en 1988 y 90, el ex-medio dio clases y pronunció conferencias en Toyama, Japón. Por fin, con la salud frágil de Elza, José Carlos Bauer largó todo para dedicarse enteramente a la mujer. Es cuando, en 2004, supo que su nieto, también llamado, jugaba la Copa de São Paulo de Juniors con la Portuguesa de Desportos.
Para terminar, una anécdota: Se cuenta que, una vez, en una aula de las dependencias del centro de entrenamiento del equipo juvenil de São Paulo, para ilustrar la idea del crack, un instructor decía a los jugadores en formación: "Otrora, aquí, en el club, con 1,80 m de altura, fuerte y elegante, tanto en la zaga como en el apoyo, jugaba bonito, con un perfecto dominio de la pelota en las matadas en el pecho y en los pases del exterior del pie. Ese genio tenía una noción estratégica del fútbol y del la lealtad, era de los mayores estilistas de Brasil y...". Fue cuando, anticipándose, un indiscreto desveló el misterio: - Ya sé, profesor, fue Bauer.
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