Muchas historias acreditan el romanticismo que transpira el fútbol brasileño, entre las cuales está la del principio de 1941, en el estadio del América, calle Campos Sales, barrio de Andaraí, Río de Janeiro: Flávio Costa instruía la selección carioca contra el equipo de aficionados local. En el seleccionado, el medio volante, Rui estaba lesionado. Y entre los americanos, había un chico tímido, alto, espigado, con juego creativo, serio y que en seguida llamó la atención del entrenador. Éste pensó: "voy a aprovechar este chaval de 19 años, sin dar importancia al hecho de que sea amateur". Tanto que, al final del entrenamiento, Flávio Costa preguntó al espigado si quería integrar el grupo. El half tímido pensó que era una broma. Pero como el técnico le pidió venir a la concentración, contestó que hablaría con la familia y que se presentaría al día siguiente. A partir del convite, el crack recién descubierto se imaginó jugando con Tim, Domingos da Guia y Zizinho -éste de quien fuera colega en el cuartel del Ejército en Niterói. Y de quien sería, para siempre, uno de sus mejores amigos.
Los padres le autorizaron y de noche, con otros estudiantes, festejó en la zona de la bohemia del barrio de Lapa. Pero, de vuelta de la fiesta, el medio volante fue atropellado por un automóvil. En el hospital la ficha declinaba la identidad y filiación de este paciente con las piernas rotas: Danilo Faria Alvim, carioca nacido en el barrio de Rocha el 3 de diciembre del año 1921, hijo de Edite y de Alcídio, éste corredor inmobiliario.
Salvado el percance, Danilo Alvim firmó por dos años con el América, pero en 1943, el entrenador Gentil Cardoso llegó y su primer dictamen fue poner en la lista de transferibles a Danilo "para controlar los gastos financieros". Pero la directiva del club prefirió prestarle al club Canto do Rio para disputar el Campeonato Carioca. Su éxito fue tal que el mismo año fue titular de la selección carioca que venció en el certamen brasileño de selecciones estatales -al lado de Zizinho, Ademir Menezes y Heleno de Freitas. El Ameriquinha lo hizo regresar, cuando el pedante Gentil le cubrió de loas en 1944, cuando fue de nuevo titular y campeón nacional de seleccionados federales, bajo el mando de Flávio Costa.
En 1945, aún en el América, Danilo recibió del campeón carioca Vasco da Gama una propuesta, tras haber sido bárbaro con la selección en el Campeonato Sudamericano de Chile. A partir de allí, él reinaría en São Januário como "Príncipe" -regente del medio campo del "Expresso da Vitória", el gran Vasco. Por igual, en 1946, el Príncipe Danilo dio un show en el Campeonato Sudamericano. Su arte de center-half -la más sensata y elegante posición del fútbol- hizo que el pueblo hasta se olvidara de Fausto "Maravilha Negra". Y le festejaría en los torneos de Río de 1947, 1949, 1950 y 1952, ganados por el Vasco. Entonces, Danilo formó con Eli do Amparo y Jorge uno de los más famosos tríos brasileños. Y tuvo el placer -en esos años- de compartir juego con Barbosa, Ademir, Maneca, Ipojucan, Chico, Jair, Heleno y Tesourinha. Eso sin olvidar la Copa ganada en 1948, en el Campeonato Sudamericano de Clubes, el primer trofeo internacional conquistado fuera del país por un equipo brasileño. Además, la afición aplaudió su Príncipe en la creación de las selecciones carioca y brasileña. Y, solidaria, lloró con él en 1950, en el estadio Maracanã, palco de la victoria de la celeste uruguaya de Ghiggia, Schiaffino, Obdulio y Máspoli, en este Mundial aciago.
En los años 40, el mayor duelo del fútbol carioca reunía a Danilo y Zizinho -éste, entonces en el Flamengo. Era la clase frente a la clase, la perfección frente a la perfección, los dos ídolos del pueblo y amigos fraternales. Pero, un día, se enfadaron. Y se dieron patadas. En casa, el viejo Alcídio quiso saber el por qué. El hijo dijo que fue un jugada en que se enfrentaron, cosa del fútbol, juego de hombres. Entonces, el padre, enérgico, filosofó: "Pues sepas, Danilo: el fútbol no sólo es un juego de hombres; es el arte de las estrellas. Y, en nombre del arte, una auténtica estrella nunca se enfrenta a otra estrella".
Sólo el balón no llenaba el corazón del soltero y en mayo de 1949, Danilo se escapó de todo, casa, Vasco y prensa, para casarse con Zelinda, una chica repudiada por sus padres. En la fuga del crack, incluso se metió la policía, hasta que el propio medio volante revelase que estaba en el interior del Estado de Río, pasando su luna de miel. Y, Zelinda de nuevo en gracia con los suegros, vivió feliz y tuvo un hijo.
Danilo quedó en São Januário hasta 1953, cuando se despidió de la selección nacional en el Campeonato Sudamericano de Lima. Aunque tuviera visión de juego, sus piernas cansadas traicionaban una falta de ánimo para un medio de construcción. Entonces lo adquirió el Botafogo carioca en 1954.
Con la estrella solitaria en el pecho, sólo jugó dos temporadas. En 1956, de pase libre, firmó para el Uberaba -de la ciudad del mismo nombre, en el Minas Gerais- como jugador y técnico. Al año siguiente, ya sólamente entrenador, el Santos Futebol Clube apareció por allí para un amistoso. El bicampeón paulista alineaba, nada más ni nada menos que Jair Rosa Pinto en la media izquierda. Pero a la media parte, el modesto equipo local entrenado por Danilo, iba empatando. Entonces, durante el intervalo, en los vestuarios, antes de la charla de instrucciones, Alvim se puso las botas y anunció: "Voy a jugar esta segunda parte". Fue, hizo, y venció. Al final, cuando Jair le felicitó en el césped, diría a su ex-compañero de selecciones y del Vasco que aquella fue su última partida como jugador profesional. Entretanto, el clásico center half revelaría a sus colegas, lo que ya dijo a la familia: que, desde el accidente de 1941, su pierna derecha no se doblaba por completo. Aquel secreto nunca descubierto provocó la reacción unánime de sus colegas: ¡hostia!, Príncipe Danilo, qué astucia...
Como técnico, se fijó en Uberaba. Donde acogió a Zizinho al final de su carrera, después que Ziza dijera adiós al São Paulo y antes que fuera a Chile. Luego el Príncipe brilló en Belo Horizonte y en cuantos lugares emblemáticos del buen fútbol brasileño como Río de Janeiro, São Paulo, Rio Grande do Sul y Pernambuco, donde dirigió al Clube Náutico Capibaribe, de agosto a diciembre 1978.
Pero la hazaña de entrenador de Danilo Alvim se sitúa en 1963, cuando la asociación de fútbol de La Paz le hizo técnico de la selección de Bolívia para el Campeonato Sudamericano, realizado en ese país andino. Por suerte, lo ganó todo, hasta la confianza de la masa. Entre otros, esta Bolívia venció a Brasil por 5 a 4, en Cochabamba. Y salió campeón gracias a sus estrategias y tácticas. Aún hoy, el pueblo boliviano festeja esa gloria deportiva del país. Y lo curioso de esta competición es que su ayudante era un chaval de 12 años, que llevaba sus recados a los jugadores. Con un plus: ese chaval era Carlos Alberto, el hijo de Danilo.
El Príncipe del pueblo acabó sus días en una residencia de ancianos de Río de Janeiro, donde murió el 16 de mayo 1996, cinco días después del fallecimiento de Ademir Menezes. Legó la marca de 305 partidos en el Vasco da Gama y 25 para la selección brasileña. Además de un estilo técnico de jugar el fútbol, y un ejemplo de cómo ser un hombre de carácter afable.
Los padres le autorizaron y de noche, con otros estudiantes, festejó en la zona de la bohemia del barrio de Lapa. Pero, de vuelta de la fiesta, el medio volante fue atropellado por un automóvil. En el hospital la ficha declinaba la identidad y filiación de este paciente con las piernas rotas: Danilo Faria Alvim, carioca nacido en el barrio de Rocha el 3 de diciembre del año 1921, hijo de Edite y de Alcídio, éste corredor inmobiliario.
Salvado el percance, Danilo Alvim firmó por dos años con el América, pero en 1943, el entrenador Gentil Cardoso llegó y su primer dictamen fue poner en la lista de transferibles a Danilo "para controlar los gastos financieros". Pero la directiva del club prefirió prestarle al club Canto do Rio para disputar el Campeonato Carioca. Su éxito fue tal que el mismo año fue titular de la selección carioca que venció en el certamen brasileño de selecciones estatales -al lado de Zizinho, Ademir Menezes y Heleno de Freitas. El Ameriquinha lo hizo regresar, cuando el pedante Gentil le cubrió de loas en 1944, cuando fue de nuevo titular y campeón nacional de seleccionados federales, bajo el mando de Flávio Costa.
En 1945, aún en el América, Danilo recibió del campeón carioca Vasco da Gama una propuesta, tras haber sido bárbaro con la selección en el Campeonato Sudamericano de Chile. A partir de allí, él reinaría en São Januário como "Príncipe" -regente del medio campo del "Expresso da Vitória", el gran Vasco. Por igual, en 1946, el Príncipe Danilo dio un show en el Campeonato Sudamericano. Su arte de center-half -la más sensata y elegante posición del fútbol- hizo que el pueblo hasta se olvidara de Fausto "Maravilha Negra". Y le festejaría en los torneos de Río de 1947, 1949, 1950 y 1952, ganados por el Vasco. Entonces, Danilo formó con Eli do Amparo y Jorge uno de los más famosos tríos brasileños. Y tuvo el placer -en esos años- de compartir juego con Barbosa, Ademir, Maneca, Ipojucan, Chico, Jair, Heleno y Tesourinha. Eso sin olvidar la Copa ganada en 1948, en el Campeonato Sudamericano de Clubes, el primer trofeo internacional conquistado fuera del país por un equipo brasileño. Además, la afición aplaudió su Príncipe en la creación de las selecciones carioca y brasileña. Y, solidaria, lloró con él en 1950, en el estadio Maracanã, palco de la victoria de la celeste uruguaya de Ghiggia, Schiaffino, Obdulio y Máspoli, en este Mundial aciago.
En los años 40, el mayor duelo del fútbol carioca reunía a Danilo y Zizinho -éste, entonces en el Flamengo. Era la clase frente a la clase, la perfección frente a la perfección, los dos ídolos del pueblo y amigos fraternales. Pero, un día, se enfadaron. Y se dieron patadas. En casa, el viejo Alcídio quiso saber el por qué. El hijo dijo que fue un jugada en que se enfrentaron, cosa del fútbol, juego de hombres. Entonces, el padre, enérgico, filosofó: "Pues sepas, Danilo: el fútbol no sólo es un juego de hombres; es el arte de las estrellas. Y, en nombre del arte, una auténtica estrella nunca se enfrenta a otra estrella".
Sólo el balón no llenaba el corazón del soltero y en mayo de 1949, Danilo se escapó de todo, casa, Vasco y prensa, para casarse con Zelinda, una chica repudiada por sus padres. En la fuga del crack, incluso se metió la policía, hasta que el propio medio volante revelase que estaba en el interior del Estado de Río, pasando su luna de miel. Y, Zelinda de nuevo en gracia con los suegros, vivió feliz y tuvo un hijo.
Danilo quedó en São Januário hasta 1953, cuando se despidió de la selección nacional en el Campeonato Sudamericano de Lima. Aunque tuviera visión de juego, sus piernas cansadas traicionaban una falta de ánimo para un medio de construcción. Entonces lo adquirió el Botafogo carioca en 1954.
Con la estrella solitaria en el pecho, sólo jugó dos temporadas. En 1956, de pase libre, firmó para el Uberaba -de la ciudad del mismo nombre, en el Minas Gerais- como jugador y técnico. Al año siguiente, ya sólamente entrenador, el Santos Futebol Clube apareció por allí para un amistoso. El bicampeón paulista alineaba, nada más ni nada menos que Jair Rosa Pinto en la media izquierda. Pero a la media parte, el modesto equipo local entrenado por Danilo, iba empatando. Entonces, durante el intervalo, en los vestuarios, antes de la charla de instrucciones, Alvim se puso las botas y anunció: "Voy a jugar esta segunda parte". Fue, hizo, y venció. Al final, cuando Jair le felicitó en el césped, diría a su ex-compañero de selecciones y del Vasco que aquella fue su última partida como jugador profesional. Entretanto, el clásico center half revelaría a sus colegas, lo que ya dijo a la familia: que, desde el accidente de 1941, su pierna derecha no se doblaba por completo. Aquel secreto nunca descubierto provocó la reacción unánime de sus colegas: ¡hostia!, Príncipe Danilo, qué astucia...
Como técnico, se fijó en Uberaba. Donde acogió a Zizinho al final de su carrera, después que Ziza dijera adiós al São Paulo y antes que fuera a Chile. Luego el Príncipe brilló en Belo Horizonte y en cuantos lugares emblemáticos del buen fútbol brasileño como Río de Janeiro, São Paulo, Rio Grande do Sul y Pernambuco, donde dirigió al Clube Náutico Capibaribe, de agosto a diciembre 1978.
Pero la hazaña de entrenador de Danilo Alvim se sitúa en 1963, cuando la asociación de fútbol de La Paz le hizo técnico de la selección de Bolívia para el Campeonato Sudamericano, realizado en ese país andino. Por suerte, lo ganó todo, hasta la confianza de la masa. Entre otros, esta Bolívia venció a Brasil por 5 a 4, en Cochabamba. Y salió campeón gracias a sus estrategias y tácticas. Aún hoy, el pueblo boliviano festeja esa gloria deportiva del país. Y lo curioso de esta competición es que su ayudante era un chaval de 12 años, que llevaba sus recados a los jugadores. Con un plus: ese chaval era Carlos Alberto, el hijo de Danilo.
El Príncipe del pueblo acabó sus días en una residencia de ancianos de Río de Janeiro, donde murió el 16 de mayo 1996, cinco días después del fallecimiento de Ademir Menezes. Legó la marca de 305 partidos en el Vasco da Gama y 25 para la selección brasileña. Además de un estilo técnico de jugar el fútbol, y un ejemplo de cómo ser un hombre de carácter afable.
Fuente: Antonio Falcao
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