Corría el año 1992, Yugoslavia había estallado a pedazos, la guerra enseñaba a los hermanos a odiarse entre sí y a matar y a violar sin remordimientos.
Dos periodistas mexicanos, Epi Ibarra y Hernán Vera, querían llegar a Sarajevo. Bombardeada, sitiada, Sarajevo era una ciudad prohibida para la prensa internacional, y a más de un periodista la audacia le había costado la vida.
En los alrededores, reinaba el caos. Todos contra todos: nadie sabía quién era quién, ni contra quién peleaba, en aquella confusión de trincheras, casas humeantes y muertos sin sepultura. Mapa en mano, Epi y Hernán se las arreglaron para atravesar los estampidos de los cañonazos y las ráfagas de ametralladoras, hasta que de buenas a primeras chocaron con una cantidad de soldados, a orillas del río Drina. Los soldados los arrojaron al suelo de un empujón y les apuntaron al pecho. El oficial bramaba quién sabe qué, mientras ellos balbuceaban quién sabe qué, pero cuando el oficial se pasó el dedo por el pescuezo y las armas hicieron clic, los periodistas entendieron perfectamente bien que los estaban confundiendo con espías y que ni modo, no queda más que despedirse y rezar por si hay cielo.
Entonces a los condenados se les ocurrió mostrar sus pasaportes. Y el rostro del oficial se iluminó:
- ¡México! - gritó -. ¡Hugo Sánchez!
Y dejó caer el arma y los abrazó.
Hugo Sánchez, la llave mexicana que abrió aquellos caminos imposibles, había conquistado la fama universal gracias a la televisión, que mostró el arte de sus goles y las volteretas con que él los celebraba. En la temporada 1989/1990, vistiendo la camiseta del Real Madrid, perforó las vallas treinta y ocho veces. Él fue el mayor goleador extranjero de toda la historia del fútbol español.
Dos periodistas mexicanos, Epi Ibarra y Hernán Vera, querían llegar a Sarajevo. Bombardeada, sitiada, Sarajevo era una ciudad prohibida para la prensa internacional, y a más de un periodista la audacia le había costado la vida.
En los alrededores, reinaba el caos. Todos contra todos: nadie sabía quién era quién, ni contra quién peleaba, en aquella confusión de trincheras, casas humeantes y muertos sin sepultura. Mapa en mano, Epi y Hernán se las arreglaron para atravesar los estampidos de los cañonazos y las ráfagas de ametralladoras, hasta que de buenas a primeras chocaron con una cantidad de soldados, a orillas del río Drina. Los soldados los arrojaron al suelo de un empujón y les apuntaron al pecho. El oficial bramaba quién sabe qué, mientras ellos balbuceaban quién sabe qué, pero cuando el oficial se pasó el dedo por el pescuezo y las armas hicieron clic, los periodistas entendieron perfectamente bien que los estaban confundiendo con espías y que ni modo, no queda más que despedirse y rezar por si hay cielo.
Entonces a los condenados se les ocurrió mostrar sus pasaportes. Y el rostro del oficial se iluminó:
- ¡México! - gritó -. ¡Hugo Sánchez!
Y dejó caer el arma y los abrazó.
Hugo Sánchez, la llave mexicana que abrió aquellos caminos imposibles, había conquistado la fama universal gracias a la televisión, que mostró el arte de sus goles y las volteretas con que él los celebraba. En la temporada 1989/1990, vistiendo la camiseta del Real Madrid, perforó las vallas treinta y ocho veces. Él fue el mayor goleador extranjero de toda la historia del fútbol español.
Fuente: Eduardo Galeano
No hay comentarios:
Publicar un comentario