Unos astrólogos hindúes y malayos habían anunciado el fin del mundo pero el mundo seguía girando, y entre vuelta y vuelta nacía una organización que se bautizaba con el nombre de Amnistía Internacional y Argelia daba sus primeros pasos de vida independiente, al cabo de más de siete años de guerra contra Francia. En Israel ahorcaban al criminal nazi Adolf Eichmann, los mineros de Asturias se alzaban en huelga, el papa Juan quería cambiar la Iglesia y devolverla a los pobres. Se fabricaban los primeros disquetes para computadoras, se realizaban las primeras operaciones con rayo láser, Marilyn Monroe perdía las ganas de vivir.
¿En cuánto se cotizaba el voto internacional de un país? Haití vendía su voto a cambio de quince millones de dólares, una carretera, una represa y un hospital y así otorgaba a la OEA la mayoría necesaria para expulsar a Cuba, la oveja negra del panamericanismo. Fuentes bien informadas de Miami anunciaban la inminente caída de Fidel Castro, que iba a desplomarse en cuestión de horas. Setenta y cinco demandas de prohibición se presentaban ante los tribunales norteamericanos contra la novela Trópico de Cáncer, de Henry Miller, que por primera vez se había publicado sin censura. Linus Pauling, que estaba por recibir su segundo premio Nobel, caminaba ante la Casa Blanca portando un cartel de protesta contra las explosiones nucleares, mientras Benny Kid Paret, cubano, negro, analfabeto, caía muerto, aniquilado por los golpes, en el ring del Madison Square Garden.
En Memphis, Elvis Presley anunciaba su retiro, después de vender trescientos millones de discos, pero se arrepentía al ratito, y en Londres una empresa de discos, la Decca, se negaba a grabar canciones de unos músicos peludos que se llamaban los Beatles. Carpentier publicaba El siglo de las luces, Gelman publicaba Gotán, los militares argentinos volteaban al presidente Frondizi, moría el pintor brasileño Cándido Portinari. Aparecían las Primeras estórias, de Guimaraes Rosa, y los poemas que Vinícius de Moraes escribió para vivir um grande amor. João Gilberto susurraba el samba de uma nota só, en el Carnegie Hall, mientras los jugadores de Brasil aterrizaban en Chile, dispuestos a conquistar el séptimo Campeonato Mundial de Fútbol ante cinco países americanos y diez europeos.
En el Mundial del 62, Di Stéfano no tuvo buena suerte. Iba a jugar en la selección de España, su país de adopción. A los 36 años de edad, era su última oportunidad. En vísperas del estreno, se lastimó la rodilla derecha, y no hubo caso. Di Stéfano, la Saeta Rubia, uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol, nunca pudo jugar un Mundial. Pelé, otra estrella de todos los tiempos, no llegó muy lejos en el Mundial de Chile: sufrió de entrada un desgarramiento muscular y quedó fuera. Y otro monstruo sagrado del fútbol, el ruso Yashin, anduvo también con mala pata: el mejor arquero del mundo se comió cuatro goles ante Colombia, porque parece que se le fue la mano con los traguitos que lo entonaban en el vestuario.
Brasil ganó el torneo. Sin Pelé, y bajo la batuta de Didí. Amarildo se lució en el difícil lugar de Pelé, atrás Djalma Santos fue una muralla y adelante Garrincha deliraba y hacía delirar. «¿De qué planeta procede Garrincha?», se preguntaba el diario El Mercurio, mientras Brasil liquidaba a los dueños de casa. Los chilenos se habían impuesto a Italia, en un partido que fue una batalla campal, y también habían vencido a Suiza y a la Unión Soviética. Se habían servido spaguettis, chocolate y vodka, pero se les atragantó el café: los brasileños ganaron 4 a 2.
En la final, Brasil derrotó a Checoslovaquia 3 a 1 y fue, como en el 58, campeón invicto. Por primera vez, la final de un campeonato mundial se pudo ver en directo por la televisión en transmisión internacional, aunque fue en blanco y negro y llegó a pocos países.
Chile conquistó el tercer lugar, la mejor clasificación de su historia, y Yugoslavia ganó el cuarto puesto gracias a un pájaro llamado Dragoslav Sekularac, que ninguna defensa pudo atrapar.
El campeonato no tuvo un goleador, pero varios jugadores convirtieron cuatro tantos: los brasileños Garrincha y Vavá, el chileno Sánchez, el yugoslavo Jerkovic, el húngaro Albert y el soviético Ivanov.
Final - Brasil x Checoslovaquia
¿En cuánto se cotizaba el voto internacional de un país? Haití vendía su voto a cambio de quince millones de dólares, una carretera, una represa y un hospital y así otorgaba a la OEA la mayoría necesaria para expulsar a Cuba, la oveja negra del panamericanismo. Fuentes bien informadas de Miami anunciaban la inminente caída de Fidel Castro, que iba a desplomarse en cuestión de horas. Setenta y cinco demandas de prohibición se presentaban ante los tribunales norteamericanos contra la novela Trópico de Cáncer, de Henry Miller, que por primera vez se había publicado sin censura. Linus Pauling, que estaba por recibir su segundo premio Nobel, caminaba ante la Casa Blanca portando un cartel de protesta contra las explosiones nucleares, mientras Benny Kid Paret, cubano, negro, analfabeto, caía muerto, aniquilado por los golpes, en el ring del Madison Square Garden.
En Memphis, Elvis Presley anunciaba su retiro, después de vender trescientos millones de discos, pero se arrepentía al ratito, y en Londres una empresa de discos, la Decca, se negaba a grabar canciones de unos músicos peludos que se llamaban los Beatles. Carpentier publicaba El siglo de las luces, Gelman publicaba Gotán, los militares argentinos volteaban al presidente Frondizi, moría el pintor brasileño Cándido Portinari. Aparecían las Primeras estórias, de Guimaraes Rosa, y los poemas que Vinícius de Moraes escribió para vivir um grande amor. João Gilberto susurraba el samba de uma nota só, en el Carnegie Hall, mientras los jugadores de Brasil aterrizaban en Chile, dispuestos a conquistar el séptimo Campeonato Mundial de Fútbol ante cinco países americanos y diez europeos.
En el Mundial del 62, Di Stéfano no tuvo buena suerte. Iba a jugar en la selección de España, su país de adopción. A los 36 años de edad, era su última oportunidad. En vísperas del estreno, se lastimó la rodilla derecha, y no hubo caso. Di Stéfano, la Saeta Rubia, uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol, nunca pudo jugar un Mundial. Pelé, otra estrella de todos los tiempos, no llegó muy lejos en el Mundial de Chile: sufrió de entrada un desgarramiento muscular y quedó fuera. Y otro monstruo sagrado del fútbol, el ruso Yashin, anduvo también con mala pata: el mejor arquero del mundo se comió cuatro goles ante Colombia, porque parece que se le fue la mano con los traguitos que lo entonaban en el vestuario.
Brasil ganó el torneo. Sin Pelé, y bajo la batuta de Didí. Amarildo se lució en el difícil lugar de Pelé, atrás Djalma Santos fue una muralla y adelante Garrincha deliraba y hacía delirar. «¿De qué planeta procede Garrincha?», se preguntaba el diario El Mercurio, mientras Brasil liquidaba a los dueños de casa. Los chilenos se habían impuesto a Italia, en un partido que fue una batalla campal, y también habían vencido a Suiza y a la Unión Soviética. Se habían servido spaguettis, chocolate y vodka, pero se les atragantó el café: los brasileños ganaron 4 a 2.
En la final, Brasil derrotó a Checoslovaquia 3 a 1 y fue, como en el 58, campeón invicto. Por primera vez, la final de un campeonato mundial se pudo ver en directo por la televisión en transmisión internacional, aunque fue en blanco y negro y llegó a pocos países.
Chile conquistó el tercer lugar, la mejor clasificación de su historia, y Yugoslavia ganó el cuarto puesto gracias a un pájaro llamado Dragoslav Sekularac, que ninguna defensa pudo atrapar.
El campeonato no tuvo un goleador, pero varios jugadores convirtieron cuatro tantos: los brasileños Garrincha y Vavá, el chileno Sánchez, el yugoslavo Jerkovic, el húngaro Albert y el soviético Ivanov.
Fuente: Eduardo Galeano
Final - Brasil x Checoslovaquia
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