No es nuevo, bueno algo más de 20 años, cuando Platini nos acostumbró a goles de faltas directas y que se entrenaba con "forza" cámaras como testigos ante maniquís masculinos y pasivos.
Hoy aún se admiran los cada vez más escasos goles de Roberto Carlos quien dispara a 120 por hora en la barrera de 8 valientes esperando que uno se aparte o la toque ligeramente - muchos no miran y rezan para que el balazo no les toque la cara u otras joyas muy aprovechables para el resto de su vida.
Hace unos años, Khan, portero del Bayern, ante estos remates violentos, viciosos o traidores, que no ve llegar, que tocan un compañero y entran del otro lado, anunció que quitaría la famosa barrera, artilugio arquitectónico del fútbol moderno y que entonces se enfrentará al peligro solo pero a armas iguales. Khan tenía razón, los habría parados casi todos, pero no cumplió con su promesa. Promesa muy caballeresca y digna de admiración, este mano a mano entre el arquero y el rematador, que hoy escondido detrás del muro engaña a un ciego. Tenemos que demistificar la palabra golazo para tales goles a balón parado...
La ventaja de esta nueva jugada del fútbol moderno está por un lado justamente del lado del rematador, pero por otro lado condena injustamente el portero a la desgracia, al ridículo, a la ira del hincha y a la crítica periodística. La barrera de protección es más una trampa fatal que una salvación. El pobre portero, que no tiene culpa de la falta cometida por su defensa, no ve nada y si, como una fragata en busca de su presa, vuela con gran belleza hacia la pelota, un compañero... ¡vaya compañero!... se la desvía al otro lado y lo deja en ridícula evidencia, tendido al suelo a 5 metros de la pelota. Además instantes después, tiene que luchar entre en las mallas para recuperar la maldita pelota y dársela al contrario para que le meta otro gol.
El gol de falta directa es injusto para el portero y no se le puede calificar de bello o de golazo. Es un producto de la escasez creativa ofensivo, colectiva e individual, del fútbol moderno. Por eso nació o despegó a través de los goles de Platini... en Italia.
Hoy aún se admiran los cada vez más escasos goles de Roberto Carlos quien dispara a 120 por hora en la barrera de 8 valientes esperando que uno se aparte o la toque ligeramente - muchos no miran y rezan para que el balazo no les toque la cara u otras joyas muy aprovechables para el resto de su vida.
Hace unos años, Khan, portero del Bayern, ante estos remates violentos, viciosos o traidores, que no ve llegar, que tocan un compañero y entran del otro lado, anunció que quitaría la famosa barrera, artilugio arquitectónico del fútbol moderno y que entonces se enfrentará al peligro solo pero a armas iguales. Khan tenía razón, los habría parados casi todos, pero no cumplió con su promesa. Promesa muy caballeresca y digna de admiración, este mano a mano entre el arquero y el rematador, que hoy escondido detrás del muro engaña a un ciego. Tenemos que demistificar la palabra golazo para tales goles a balón parado...
La ventaja de esta nueva jugada del fútbol moderno está por un lado justamente del lado del rematador, pero por otro lado condena injustamente el portero a la desgracia, al ridículo, a la ira del hincha y a la crítica periodística. La barrera de protección es más una trampa fatal que una salvación. El pobre portero, que no tiene culpa de la falta cometida por su defensa, no ve nada y si, como una fragata en busca de su presa, vuela con gran belleza hacia la pelota, un compañero... ¡vaya compañero!... se la desvía al otro lado y lo deja en ridícula evidencia, tendido al suelo a 5 metros de la pelota. Además instantes después, tiene que luchar entre en las mallas para recuperar la maldita pelota y dársela al contrario para que le meta otro gol.
El gol de falta directa es injusto para el portero y no se le puede calificar de bello o de golazo. Es un producto de la escasez creativa ofensivo, colectiva e individual, del fútbol moderno. Por eso nació o despegó a través de los goles de Platini... en Italia.
Fuente: Jean Pierre Bonenfant
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