En la estación ferroviaria de Barra Mansa, en el interior del Estado de Río, quien vio aquel muchacho delgado, con las piernas finas de cristal, no lo imaginaba familia de Orlando, que fuera extremo del Vasco da Gama a partir de 1934, el mismo que formara el comando del ataque de una selección brasileña, con "el tigre" Friedenreich.
Él era, sí, uno de los hermanos de Orlando, llamado Jair Rosa Pinto, nacido el 21 de marzo de 1921, en Quatis, cerca de Barra Mansa. Por la proximidad de las ciudades, fue llamado "Jajá da Barra Mansa". Y encima, sin razón o en pro de qué, se añadió un "da" antes del apellido Rosa Pinto. Lo que al principio protestó Jair, pero con la fama, convivió con esas dos imprecisiones en el nombre.
De cuerpo frágil apareció en el Esperança, un equipo de barrio. Y su arte de la bola era tanto que lo llevó al Moinho Fluminense, donde sería jugador y obrero en 1936. Después, al primer toque, se fue del Frigorífico de Mendes, otra firma y club de otra ciudad fluminense. Y sólo se asentó en el Barra Mansa Futebol Clube. Allí, en 1938, el Madureira lo detectó e hizo estrenarse con Isaías e Lelé, formando lo que la prensa llamará "los tres locos" -en el certamen carioca contra el Vasco da Gama, donde su hermano Orlando aún jugaba. En 1939, por su drible preciso y su disparo impecable, Jair fue suplente de Tim en la selección estatal de Río. Al año siguiente, integró la selección de Brasil en la Copa Roca, disputada con Argentina. Y se haría, con Río de Janeiro, campeón nacional de selecciones estatales en 1941.
Viendo en el crack un nuevo Rosa Pinto, el Vasco se lo llevó para São Januário en 1943. Allí, fue campeón invicto en 1945, alternándose con Ademir Menezes. En ese año, en el Sudamericano de Chile, compuso con Tesourinha, Zizinho, Heleno y Ademir uno de los mejores ataques del mundo. En este momento, Jair ya era, además del más fino en los pases en profundidad, el mayor tirador de falta del país. Y su potente chute le dará el nombre de "Coice de Mula" (patada de mula). En el Sudamericano de 46, Jair sería el pivote de la riña con Argentina, donde, en una disputa, rompió la pierna del defensa central Salomon, lo que provocó el mayor enfado entre los dos seleccionados. Sl año siguiente, para hacer caja y lamentarse el resto de la vida, el Vasco da Gama vendió Jair "Coice de Mula" al Flamengo.
En la Gávea, juntó su calma a la rebeldía de Zizinho, ambos geniales. Pero en 1949 -año en que, en el Campeonato Sudamericano de selecciones nacionales, Rosa Pinto fue el pichichi con 9 goles, seis de ellos de falta- ocurrió el hecho más triste de la carrera del astro: sus discusiones con Kanela (Togo Renan Soares, de hecho de Paraíba y tío del comediante Jô Soares), que fue improvisado como entrenador de fútbol en vísperas de un partido con el Vasco. En el partidillo, Kanela -que era técnico de basquet- impuso un confuso esquema táctico basado en una línea imaginaria e ininteligible. Como ningún lo entendió, Jair, desconfiado, sugerirá que aquel esquema no fuese puesto en práctica. Kanela interpretó esa opinión del medio como una ingerencia en su trabajo y contó lo que escuchó a la dirección del club. Así, los "hombres" pidieron a Jajá de no intrometerse en el asunto y de dedicarse sólo al juego del domingo.
Aparentemente, el caso se esfumó. Pero, el locutor deportivo de radio y compositor musical Ary Barroso -fanático del Flamengo-, sondeó a Jair en sábado en cuanto a la "conveniencia" de apostar en la táctica de Kanela. El medio ofensivo dijo que si apostaba, iba a perder dinero, pues que el Vasco no se dejaría engañar por esa línea imaginaria. Ary, de pronto, se lo contó a Kanela, que fue a ver el crack para tildarle de derrotista. Sobre eso, Rosa Pinto pidió que se alineara otro jugador en su sitio. Pero el técnico lo mantuvo en el equipo, así como la táctica. Resultado: el "Mengo" perdió 5 a 2. En ese partido todo los rojinegros jugaron mal, hasta Zizinho y él, Jair. Y en la sede del club la hinchada revuelta quemaría una camiseta 10 como si fuese la de Rosa Pinto. De aquel detalle a la sospecha de soborno sólo había un paso. Y al crack no le quedó otra sino decidir que no pisaría más la Gávea. La crisis sólo fue saneada cuando el Palmeiras compró su pase aún en el 49. Y lo contrató para que se volviera el más famoso pie izquierdo de la historia del club del Parque Antarctica.
Al año siguiente el nuevo blanco y verde vistió la camiseta 10 de la selección brasileña y perdió el Mundial en Río. Compensando, se llevó para el club el título estatal paulista de 1950 y el torneo Rio-São Paulo de 1951. En 1956, su mujer y sus dos hijos añoraban la playa carioca. Pero el Palmeiras los mandó al litoral paulista, donde Jair, a los 35 años, iba a defender los colores del Santos, campeón de 1955 y también vencedor en esa primera temporada de "Jajá da bomba no pé" en Vila Belmiro. Quien surgió en el equipo santista en esa época fue el negrito Gasolina -más tarde, Pelé-, que actuaría con Jair en tantas jornadas, inclusive en los títulos paulistas de 1958 y 1960. Además del futuro Rey, otros genios componían ese Santos, como Zito, Formiga, Pagão y Pepe.
A los 41 años, cuando colgaba las botas para volver a los partidillos, el São Paulo Futebol Clube -entidad que adoraba el ídolo en fin de carrera- le hizo regresar al campo. Y, como Leônidas y Zizinho, Jair aun dejó recuerdos de artista fuera de serie, y del común. Esa fase llegó hasta 1963, cuando -insatisfecho en el banquillo de suplentes del São Paulo, en el Maracaná, el día de un partido contra el Flamengo- Jair decidió cambiar del tricolor al Ponte Preta, de Campinas, donde fue a la vez jugador y entrenador. Y en el interior paulista quiso prolongar su actividad en el fútbol, pero una lesión de rodilla se lo impidió. Ya teniendo de qué vivir, los hijos adultos y en paz consigo, Jair Rosa Pinto dijo adiós a las canchas en 1964 (este año, con un lamentable golpe militar, el Brasil se despediría también de la libertad, el mayor patrimonio político de cualquiera nación).
En Río, rodeado de nietos, envejeció lleno de trofeos. Se recordaba el chaval delgado, con una bandeja de pasteles encima de la cabeza, mercadeando en la estación de tren de Barra Mansa. Vio aún el hambre en la mesa, raíz de un cuerpo raquítico. Y el hambre de pelota, padre del drible fascinante y del disparo más fuerte que se considera en el país. En Río de Janeiro, sufrió otra decepción: perder un Mundial. Explicó exhaustivamente el fiasco de 1950, en el Maracaná, estadio donde su sobrino, Roberto, jugó de medio en el Vasco, honrando la tradición de la familia Rosa Pinto. En esa antigua ciudad, el crack nacido en Quatis recordó cuanto es vana la pasión de la hinchada que, de día a la noche, hace un dios de alguien para en seguida transformarlo en demonio sobornable por el adversario. Así es la vida.
"Coice de Mula" nunca olvidó el primer gol que hizo con el Flamengo al Arsenal de Londres, en 1949 -para el Flamengo y para Brasil... Swindin, goal-keeper británico, si viviera, tampoco olvidaría. Hasta entonces, ningún inglés admitía que una raquítico de piernas defectuosas, podía, desde 50 metros, meterles un gol de falta. Además sin barrera. Jajá acarició la pelota, se apartó de ella, picó la punta del pie izquierdo en la hierba de São Januário, arrancó y fusiló. En el 3 a 1, dos fueron suyos, de Jair Rosa Pinto, que murió el 28 de julio de 2005, a los 84 años. De eso también sería bonito que, sobre todo en la Gávea, ninguno se olvidara.
Funte: Antonio Falcao
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