Nacido el 12 de diciembre de 1927, ofreció casi veinte años de regates, paredes, habilidades infernales y goles en tantos clubes como Central, Nacional de Montevideo, River Plate, Palermo en Italia u Once Caldas en Colombia.
Ya internacional a los 18 años con Uruguay, se perdió el Mundial de 1950 por un problema de disciplina o inelegancia, severamente castigado con un año de sanción y de destierro por una agresión a un árbitro que no entendía su fútbol, un juego inversamente proporcional en indisciplina y elegancia con la pelota. Según cuenta la historia, por esos motivos y una bella suma de dinero, el River Plate argentino pudo gozar de sus artes, porque del otro lado del Río de la Plata, en el Nacional de Montevideo, a cada clásico con el Peñarol, arriesgaba el destierro.
Desterrado a precio de oro en el Monumental de Buenos Aires, allí vivió sus años dorados. Allí, alrededor de Walter Gómez, fabricaron una segunda "Máquina", la de los 50, con Prado, Vernazza, Labruna y Loustau, para sustituir a la de los 45, de los Moreno, Muñoz, Pedernera u otros Di Stéfanos, desterrados, a finales de 1949 a los Millonarios de Bogotá para crear el "Ballet Azul".
En Buenos Aires, para asistir a las artes de la sorpresa y de la risa -los regates que sentaban los defensas- de este mediapunta o delantero centro, la "gente ya no comía". Eso cantaba la tribuna mientras comía un bocata y esperaba el paroxismo del gol o del regate de Walter Gómez. Entonces se entonaba el grito "U-ru-guayo ... u-ru-guayo ... u-ru-guayo". Fue con Walter Gómez y para Walter Gómez, en los 50, cuando se inventó esa bella forma de homenaje del arte de un hermano uruguayo por parte de los argentinos.
Tras dos títulos a los 20 años (1946 y 47) y más de 100 goles con el Nacional, en un increíble ataque donde Atilio García goleaba aún más, asistidos por los Castro, Porta y Zapiraín, siguió acumulando goles y títulos en Buenos Aires. 4 títulos más en sus cinco años con la segunda Máquina.
Fue uno de los más grandes del fútbol sudamericano, sino universal. Fue el inventor de las moñas que celebra Eduardo Galeano en su soberbio libro "El fútbol a sol y sombra". Fue leyenda de los "Millonarios" del River Plate, pero Walter Gómez acabó su vida en la pobreza y en el anonimato del parking del estadio Monumental, aparcando coches de espectadores engañados, que venían a ver un espectáculo que ya no existía, el del fútbol moderno.
Pocos años antes de su muerte, el 4 de marzo del 2004, el River Plate concedió ayuda a un jugador irrepetible, que tenía dos piernas y una cabeza para el arte del juego y un cerebro para hacer del fútbol un baile.
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