En julio de 2006, tras operarse la columna vertebral, Gérson de Oliveira Nunes volvió a su proyecto del ayuntamiento de Niterói donde se enseña fútbol y se dan cursos, medicación, dentista y comida a los niños desfavorecidos. Quizás Gérson no necesitaba eso, teniendo de que vivir pero le gusta. Fue en esta ciudad del estado de Río de Janeiro que nació el 11 de enero de 1941. Ella, la ciudad y su cuna de infancia, es donde dirige el proyecto. Aquí -recuerda-, viví una infancia pobre, pero donde pude ver a "Zizinho en acción. Papa, ex-atleta del América, y el Maestro Ziza, un inmenso ídolo, eran íntimos. Por todo eso respeté al Maestro, como haría con una divinidad. Porque él, Garrincha y Pelé fueron -¿disparado, cierto?- los tres mayores cracks de la historia de Brasil".
De Ziza, Gérson heredó el don de organizar el juego. Y de Jair Rosa Pinto y Didi el arte del pase largo. Y eso desde su ingreso en las divisiones de base como medio organizador del Canto do Rio, de Niterói. Pero el fútbol vistoso del futuro "zurdo de oro" atraería el Clube de Regatas Flamengo, que lo fichó como juvenil en 1957. De Gávea, en 1959, salió a la selección brasileña amadora para los Juegos Panamericanos. En 1960, también entró en el seleccionado olímpico en Roma. Y, ya profesional, en 61, ganaría el torneo Rio-São Paulo con el Flamengo y se estrenaría en la selección absoluta brasileña el 7 de mayo, en la Copa O´Higgins, haciendo el gol de la victoria en el partido de vuelta. Volvería a la selección para llevarse la Copa Roca en 1963.
Aunque ya un crack consolidado, aún era mal visto. Eso porque, en 1962, rompió la pierna de Mauro, un juvenil que se entrenaba con los rojinegros (rompió otras dos piernas de compañeros de oficio: a De la Torre, de Perú, y al corinthiano Vaguinho -éste, de forma casual). En 1963, Gérson sería campeón carioca con el "Mengo". Es cuando se rebeló contra una orden inútil del técnico Flávio Costa que le pedía jugar por el lado izquierdo para ayudar a su lateral Jordan a detener Garrincha. Fue cuando Gérson de Oliveira Nunes fue transferido al Botafogo carioca.
En el club de la estrella solitaria el medio vivió su mejor momento deportivo. Allí se encontró con la nata de la balompie: Manga, Nílton Santos, Garrincha, Jairzinho, Rogério, Paulo César Caju y otros. Pero sin muchos éxitos. En 1964, su equipo blanquinegro compartió el título del torneo Rio-São Paulo con el Santos de Pelé, además de vencer un torneo en Bolivia y un cuadrangular en Argentina. En 1966, Gérson fue al Mundial y sólo jugó un partido que Brasil perdió con Hungría. Justo tras el partido, sufriría una crisis renal y no pudo afrontar a Portugal. De regreso al Botafogo, compartió otro Rio-São Paulo con el Vasco, Santos y Corinthians. Pero en el bienio 1967/1968, fue bicampeón carioca. Además de llevarse la Taza Brasil de 1968. En esos años, incluyendo los que pasó en Gávea, se aseguró buenos contratos, lo que le dio un patrimonio para gozar con Maria Helena, la mujer que le daría sus hijas Patrícia y Cristina. Esa base familiar era la gran argumentación para negociar el dinero con los clubes, con ventaja por supuesto.
En 1969, cuando Botafogo enloqueció al vender casi todo el equipo, el centrocampista ofensivo se fue al São Paulo Futebol Clube. En esta época, João Saldanha asumía el mando de la seleção e hizo de él su organizador, posición en cual jugaría las eliminatorias del Mundial de 1970. En ese Mundial, Gérson fue considerado como uno de los mayores lanzadores de faltas del planeta. Su sentido de la organización y estrategia le otorgaban un verdadero papel de técnico en campo. Y también de líder, que hablaba mucho, demasiado, tanto que heredó del mote de "Papagayo". De su pie izquierdo salían los goles de Jairzinho, Tostão y Pelé. Por eso se llamó el "Canhotinha de Ouro" (Zurdita de Oro), epíteto digno de alguien del país tricampeón del mundo. De vuelta al Brasil de la dictadura de Médici -militar fascista y fan incondicional de la tortura-, Gérson reintegró el club paulista. Su misión fue entonces de hacer de nuevo campeón el equipo huérfano de títulos desde 1957. Y lo hizo al vencer el certamen estatal de 1970. No satisfecho de ello, repitió el titulo en 1971 con Pedro Rocha, Roberto Dias, Paraná y otros en el equipo del estadio Morumbi. También ganaría con la selección la Copa Roca de 1971 y la Copa de la Independencia de Brasil en 1972. Y muy pronto, inadaptado al frío de São Paulo, Gérson volvería a Río de Janeiro.
En el Fluminense se hizo en seguida campeón carioca en 1973. El Zurdo de Oro era entonces el mejor lanzador de faltas del país y el único medio que, además de organizador o pasador era también luchador. Pero su tiempo llegaba al fin con la selección y presentaba un gran balance de 98 partidos, de los cuales 83 oficiales, y 28 tantos.
Gérson aún jugaría el certamen de Río del 74 y después escribiría una carta a la dirección del Fluminense para pedir la ruptura de contrato. Entre sus razones escribía que quería cuidar de su familia y que su mujer y sus hijas de cinco y siete años se lo pedían. Apelando al sentimiento de la camiseta del Fluminense y del País, la directiva tricolor insistió. Pero el "Papagayo" mantuvo firme su decisión de parar el fútbol. Y paró.
Fuera de las cuatro líneas, habría podido entrenar pero prefirió comentar fútbol en emisoras de radio y televisión. Paralelamente, vendía material deportivo. En nombre de su celebridad de su época de crack, una agencia de publicidad le pidió promocionar una marca de cigarrillos. El texto del anuncio, hacía gala de tener ventaja en todo. Y así nació, para comprometerle, la "ley de Gérson", identificándole con los más tacaños y egoístas o malignos. Con el paso del tiempo, el anuncio y el protagonista se iban olvidando. Y tal vez la marca de cigarrillos también.
Canhotinha de Ouro jamás dejó su hábito de fumar. Él, como el extraordinario portero Yashin, que bebía vodka y fumaba bastante, fumó siempre. Hasta algunos atribuían al cigarrillo su indisposición a correr en el campo. Nada de eso. Gérson tenía como función de hacer correr la bola para que llegase a sus compañeros o en el gol rival. Pero siempre admitió sus defectos: que sólo chutaba con la izquierda, que no se movía mucho en campo, que nunca supo cabecear y que detestaba las concentraciones y los viajes aéreos. En revancha, nadie lanza la pelota como él hacía: poniéndola en el pecho de quien estuviera mejor colocado a una distancia de 30 o 40 metros.
Una tragedia llenaría un tiempo de dolor nuestro crack cuando perdió una de sus hijas, una infortunio que le dejó depresivo, hasta el punto que se apartó de su actividad de comentarista y columnista en la prensa deportiva. Pero Gérson volvería pronto para de nuevo coordinar el programa de asistencia a los niños de la administración popular del ayuntamiento de Niterói. Donde tiene la franqueza de decir a los niños que si un chaval sale para el fútbol, es obra de la casualidad. Su papel principal en su proyecto es de salvar vidas de niños amenazados por la marginalización. Es por eso que Gérson merece aplausos como un hombre de buena fe.
De Ziza, Gérson heredó el don de organizar el juego. Y de Jair Rosa Pinto y Didi el arte del pase largo. Y eso desde su ingreso en las divisiones de base como medio organizador del Canto do Rio, de Niterói. Pero el fútbol vistoso del futuro "zurdo de oro" atraería el Clube de Regatas Flamengo, que lo fichó como juvenil en 1957. De Gávea, en 1959, salió a la selección brasileña amadora para los Juegos Panamericanos. En 1960, también entró en el seleccionado olímpico en Roma. Y, ya profesional, en 61, ganaría el torneo Rio-São Paulo con el Flamengo y se estrenaría en la selección absoluta brasileña el 7 de mayo, en la Copa O´Higgins, haciendo el gol de la victoria en el partido de vuelta. Volvería a la selección para llevarse la Copa Roca en 1963.
Aunque ya un crack consolidado, aún era mal visto. Eso porque, en 1962, rompió la pierna de Mauro, un juvenil que se entrenaba con los rojinegros (rompió otras dos piernas de compañeros de oficio: a De la Torre, de Perú, y al corinthiano Vaguinho -éste, de forma casual). En 1963, Gérson sería campeón carioca con el "Mengo". Es cuando se rebeló contra una orden inútil del técnico Flávio Costa que le pedía jugar por el lado izquierdo para ayudar a su lateral Jordan a detener Garrincha. Fue cuando Gérson de Oliveira Nunes fue transferido al Botafogo carioca.
En el club de la estrella solitaria el medio vivió su mejor momento deportivo. Allí se encontró con la nata de la balompie: Manga, Nílton Santos, Garrincha, Jairzinho, Rogério, Paulo César Caju y otros. Pero sin muchos éxitos. En 1964, su equipo blanquinegro compartió el título del torneo Rio-São Paulo con el Santos de Pelé, además de vencer un torneo en Bolivia y un cuadrangular en Argentina. En 1966, Gérson fue al Mundial y sólo jugó un partido que Brasil perdió con Hungría. Justo tras el partido, sufriría una crisis renal y no pudo afrontar a Portugal. De regreso al Botafogo, compartió otro Rio-São Paulo con el Vasco, Santos y Corinthians. Pero en el bienio 1967/1968, fue bicampeón carioca. Además de llevarse la Taza Brasil de 1968. En esos años, incluyendo los que pasó en Gávea, se aseguró buenos contratos, lo que le dio un patrimonio para gozar con Maria Helena, la mujer que le daría sus hijas Patrícia y Cristina. Esa base familiar era la gran argumentación para negociar el dinero con los clubes, con ventaja por supuesto.
En 1969, cuando Botafogo enloqueció al vender casi todo el equipo, el centrocampista ofensivo se fue al São Paulo Futebol Clube. En esta época, João Saldanha asumía el mando de la seleção e hizo de él su organizador, posición en cual jugaría las eliminatorias del Mundial de 1970. En ese Mundial, Gérson fue considerado como uno de los mayores lanzadores de faltas del planeta. Su sentido de la organización y estrategia le otorgaban un verdadero papel de técnico en campo. Y también de líder, que hablaba mucho, demasiado, tanto que heredó del mote de "Papagayo". De su pie izquierdo salían los goles de Jairzinho, Tostão y Pelé. Por eso se llamó el "Canhotinha de Ouro" (Zurdita de Oro), epíteto digno de alguien del país tricampeón del mundo. De vuelta al Brasil de la dictadura de Médici -militar fascista y fan incondicional de la tortura-, Gérson reintegró el club paulista. Su misión fue entonces de hacer de nuevo campeón el equipo huérfano de títulos desde 1957. Y lo hizo al vencer el certamen estatal de 1970. No satisfecho de ello, repitió el titulo en 1971 con Pedro Rocha, Roberto Dias, Paraná y otros en el equipo del estadio Morumbi. También ganaría con la selección la Copa Roca de 1971 y la Copa de la Independencia de Brasil en 1972. Y muy pronto, inadaptado al frío de São Paulo, Gérson volvería a Río de Janeiro.
En el Fluminense se hizo en seguida campeón carioca en 1973. El Zurdo de Oro era entonces el mejor lanzador de faltas del país y el único medio que, además de organizador o pasador era también luchador. Pero su tiempo llegaba al fin con la selección y presentaba un gran balance de 98 partidos, de los cuales 83 oficiales, y 28 tantos.
Gérson aún jugaría el certamen de Río del 74 y después escribiría una carta a la dirección del Fluminense para pedir la ruptura de contrato. Entre sus razones escribía que quería cuidar de su familia y que su mujer y sus hijas de cinco y siete años se lo pedían. Apelando al sentimiento de la camiseta del Fluminense y del País, la directiva tricolor insistió. Pero el "Papagayo" mantuvo firme su decisión de parar el fútbol. Y paró.
Fuera de las cuatro líneas, habría podido entrenar pero prefirió comentar fútbol en emisoras de radio y televisión. Paralelamente, vendía material deportivo. En nombre de su celebridad de su época de crack, una agencia de publicidad le pidió promocionar una marca de cigarrillos. El texto del anuncio, hacía gala de tener ventaja en todo. Y así nació, para comprometerle, la "ley de Gérson", identificándole con los más tacaños y egoístas o malignos. Con el paso del tiempo, el anuncio y el protagonista se iban olvidando. Y tal vez la marca de cigarrillos también.
Canhotinha de Ouro jamás dejó su hábito de fumar. Él, como el extraordinario portero Yashin, que bebía vodka y fumaba bastante, fumó siempre. Hasta algunos atribuían al cigarrillo su indisposición a correr en el campo. Nada de eso. Gérson tenía como función de hacer correr la bola para que llegase a sus compañeros o en el gol rival. Pero siempre admitió sus defectos: que sólo chutaba con la izquierda, que no se movía mucho en campo, que nunca supo cabecear y que detestaba las concentraciones y los viajes aéreos. En revancha, nadie lanza la pelota como él hacía: poniéndola en el pecho de quien estuviera mejor colocado a una distancia de 30 o 40 metros.
Una tragedia llenaría un tiempo de dolor nuestro crack cuando perdió una de sus hijas, una infortunio que le dejó depresivo, hasta el punto que se apartó de su actividad de comentarista y columnista en la prensa deportiva. Pero Gérson volvería pronto para de nuevo coordinar el programa de asistencia a los niños de la administración popular del ayuntamiento de Niterói. Donde tiene la franqueza de decir a los niños que si un chaval sale para el fútbol, es obra de la casualidad. Su papel principal en su proyecto es de salvar vidas de niños amenazados por la marginalización. Es por eso que Gérson merece aplausos como un hombre de buena fe.
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