Si hubo una final que no se destacó por la técnica ni por virtuosa, pero sí por la pasión y la garra de los equipos... esa fue la del Mundial de Argentina 1978.
La fiereza de los locales por alcanzar su primer título chocó en el Estadio Monumental de Buenos Aires con la experiencia y la calma de los holandeses, que jugaban su segunda final consecutiva. Aquel 25 de junio, el pueblo argentino jugó un papel fundamental en el desarrollo del juego, incluso desde la salida de los equipos. Las 80 mil personas que acudieron al encuentro "regaron" el césped con papelitos y serpentinas. A esa hora, todos soñaban, pero no sabían, que dos horas más tarde explotarían de alegría con los goles de Kempes y el trofeo en manos de Daniel Alberto Passarella.
Muchas ganas, poco fútbol
El comienzo del encuentro no fue de los más atractivos que se hayan visto en la historia de la competencia. Sin embargo, la entrega de cada uno de los jugadores emocionó a los aficionados que presenciaron la coronación del seleccionado conducido por Cesar Luis Menotti.
La primera llegada de peligro fue para los visitantes y, por supuesto, con una pelota detenida. El centro desde la izquierda encontró la cabeza de Jonny Rep, quien desvió la trayectoria del balón. Ubaldo Fillol, parado y sorprendido, observó como su arco se salvaba de milagro.
Esa llegada de los europeos despertó a los locales, que tocados en su orgullo y alentados por todo el estadio fueron en busca del primer tanto. El primero en intentar fue Daniel Passarella, quien remató un tiro libre que contuvo sin problemas Jan Jongbloed. Y un minuto después, el que lo perdió increíblemente fue Leopoldo Jacinto Luque, quien no pudo definir con el arco a su disposición.
El arquero argentino se había mostrado seguro en todo el torneo, pero en la final demostró que podía adaptarse sin problemas a las situaciones límites. A los 25 minutos, Jonny Rep quedó cara a cara con él y con el arco a su disposición. El holandés probó con una volea violenta, que el arquero argentino logró despejar al tiro de esquina con una mano. Ese fue el primer aviso: vencerlo no sería tarea fácil para nadie.
Explota el Monumental
Entre tanta lucha, pelea, pasión y entrega... apareció el goleador para aportar claridad. Cuando todo parecía indicar que el primer tiempo se iría sin pena ni gloria, Argentina logró abrir el marcador. Osvaldo Ardiles le pasó el balón a Leopoldo Luque, quien hizo seguir el juego hacia Mario Kempes . El Matador, que casi no había entrado en juego, guapeó entre dos defensores rivales y definió ante la salida de Jongbloed (1-0, 37´). Fue un gol de concepción poco clara, como lo había sido todo el encuentro. El primer tiempo se terminaba con Argentina acariciando el trofeo.
La cancha del verdugo
La segunda mitad fue una copia fiel de lo que habían brindado ambas selecciones en los 45 minutos iniciales. La lucha se situó en la mitad del terreno, y las oportunidades de marcar frente a los arcos se sucedían producto de guapezas individuales o errores defensivos.
Pese a los cambios de Happel, el empuje de los hermanos Willy y René Van de Kerkhof, Resenbrink y compañía, las ansias de igualar el resultado chocaron durante todo el segundo tiempo contra la garra de Passarella, Tarantini y todo el pueblo argentino. Menotti, ante el avance del reloj, retrasó a su equipo y lo paró de contragolpe, aguardando que los sucesores de la Naranja Mecánica se descuidaran en defensa. Las situaciones de peligro, aún con los ingresos de René Houseman y Omar Larrosa, brillaban por su ausencia. Tan sólo una llegada de Luque (no llegó a conectar un centro ante Jongbloed) y algunos centros que hicieron lucir a Fillol amenazaron con cambiar el marcador, que parecía inalterable.
Enmudece el Monumental
Ante la falta de ideas y la dura marca de los argentinos para mantener la ventaja, Ernst Happel buscó variantes en el banco de suplentes. Y vaya si las encontró. A los 59 minutos hizo ingresar a Dick Nanninga, quien a la postre resultaría clave en la historia del partido.
El empate enmudeció a la multitud albiceleste y pareció tener efecto en el equipo local, que se quedó sin reacción y casi lo sufre en el último suspiro. Un nuevo quedo de la línea defensiva dejó rematar a Rob Resenbrink contra el arco del vencido Fillol. El balón se apiadó de los argentinos y pegó en el poste. Algunos memoriosos dicen que el 25 de junio fue el día con más infartos en la historia del país...
El tiempo extra renueva la alegría argentina
El encuentro se fue directo al tiempo suplementario, que por aquel entonces no contaba con la ley del gol de oro. El equipo argentino pareció entender el mensaje de Menotti tras el final del período reglamentario y se volvió a conectar con la pelota. Holanda, tal vez por temor a quedarse con las manos vacías, cedió la iniciativa y sufrió por eso. Kempes, que no había aparecido en los segundos 45 minutos, volvió a dejar el alma en el área. En una jugada plagada de rebotes, tras guapear entre dos defensores y el arquero, el Matador alcanzó a empujar con el alma el balón bajo los 3 palos y sentenciar la suerte del encuentro (2-1, 105´). Su festejo con la melena al viento y los brazos en alto recorrieron el mundo y aún se mantienen como la imagen representativa de esa histórica victoria argentina, que se ampliaría aún más.
Los europeos cayeron moralmente con el gol de Kempes y, desesperados por la desventaja, se descuidaron en el fondo. Ya sobre el final del partido, un nuevo rebote (la constante de la tarde) y una doble pared descolocaron a Jongbloed, que quedó descolocado en el arco naranja. El favorecido fue Bertoni, que sin oposición alguna remató cruzado, cerró el resultado y desató la locura local (3-1, 116´). Argentina alcanzó su primer Mundial de fútbol ante un combinado holandés que perdió su segunda final consecutiva, esta vez sin Johan Cruyff . Por el lado de los albicelestes, la imagen de Passarella con la Copa en alto significó la confirmación de que una nueva potencia mundial había nacido.
Fuente: FIFA
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