Debutó en primera división a los dieciséis años, cuando todavía vestía pantalones cortos. Para salir a la cancha del club Espanyol, en Barcelona, se puso un jersey inglés de cuello alto, guantes y una gorra dura como un casco, que iba a protegerlo del sol y de los patadones. Corría el año 1917 y las cargas eran de caballería. Ricardo Zamora había elegido un oficio de alto riesgo. El único que corría más peligro que el arquero era el árbitro, por entonces llamado el Nazareno, qu estaba expuesto a las venganzas del público en canchas que no tenían fosa ni alambrada. En cada gol se interrumpía largamente el partido, porque la gente se metía en la cancha para abrazar o golear.
Con la misma vestimenta de aquella primera vez, se hizo famosa, a lo largo del tiempo, la estampa de Zamora. Él era el pánico de los delanteros. Si lo miraban, estaban perdidos: con Zamora en el arco, el arco de encogía y los palos se alejaban hasta perderse la vista.
Lo llamaban el Divino. Durante veinte años, fue el mejor arquero del mundo. Le gustaba el coñac y fumaba tres paquetes diarios de cigarrilos y uno que otro habano.
Fuente: Eduardo Galeano
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